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La celebración del Viernes Santo se inicia en silencio, no hay canto de entrada, y el que preside se postra rostro en tierra. La liturgia de este día prescribe que todos los participantes puedan pasar a dar el beso a la cruz el “Tupãitû”, ya sea dentro de la celebración, o al final de la misma. La adoración de la cruz es en efecto uno de los ritos principales de esta celebración.
Este día la Iglesia no celebra la misa. Como lo expresa el Señor desde la cruz, toda su obra está cumplida; los fieles adorando el madero de la cruz reconocen el misterio de la salvación y piden piedad para la humanidad. El Viernes Santo es el día penitencial por excelencia, en esta jornada se manda hacer el ayuno y la abstinencia de carne como signo de este espíritu penitencial. Con la oración sobre el pueblo que el que preside hace sin impartir bendición, las personas se retiran en silencio en espera de la siguiente celebración que completa el triduo pascual.
Reflexión
Un amor que es entrega total.
Para esto he venido dijo una vez Jesús en presencia de sus discípulos. Muchas veces cuesta entender lo que Dios espera de nosotros. Tantas cosas a nuestro alrededor nos hacen dudar y tambalear y enfriarnos cuando queremos ponernos al servicio del Reino de Dios. Quizás sea este el momento de contemplar la cruz de Nuestro Señor. Quizás podamos encontrar en ella tantas respuestas y tantos nuevos desafíos para nuestra vida.
Es muy lindo ver a los jóvenes por la calle, portando cruces colgadas al cuello. Es desafiante a la vez, ya que no se debe quedar en un mero adorno sino debe recordarnos que llevamos nuestras cruces de cada día, y como el maestro, debemos llevar nuestra pasión hasta la entrega definitiva.
En Jesús clavado en la cruz, podemos entender lo que significa permanecer en Él. Esta vez se trata de la entrega, dar la vida por los demás, saliendo de los apegos, de los egoísmos, de las vanidades; muchas veces no percibimos, pero muchas personas, muchísimos jóvenes cargan a diario cruces imperceptibles, de abandonos, de vicios, de soledad, de falta de oportunidades. Y los que buscamos estar más cerca de Jesús debemos ser nuevos Cireneos, nuevas Verónicas, otros Cristo para estos hermanos, siendo solidarios, entregando la propia vida para que ellos puedan sonreír, para que su vida recobre la alegría de sentirse amados. En la Cruz Jesús nos dio el ejemplo, debemos practicarlo ahora. Con la Pasión del Señor somos llamados al silencio, un silencio vivo, fecundo transformante. La cruz –antiguo signo de muerte– es ahora señal de la más profunda y desinteresada entrega. Una entrega que redime, que cambia todo a su alrededor, el eslabón de una cadena interminable de acogida y donación. Desde la quietud del Viernes Santo, busquemos en la cruz del Señor Crucificado, la esperanza que no defrauda y la alegría de una vida renovada en aquel que por amor se entregó por nosotros.
Una vida de entrega a la oración
San Pío de Pietrelcina decía que él solo quería ser un fraile que reza. Y ya desde el inicio, Dios se hizo eco de su pedido, dándole el don de orar en todo momento. Más aún, siendo un maestro de oración para tantas personas deseosas de saciar su sed de Dios, fundó los grupos de oración que pronto se extendieron por varias naciones. En Paraguay tenemos también los grupos de oración del Padre Pío, singulares oasis de espiritualidad y encuentro con Cristo.
Con la visita de la reliquia del Corazón de San Pío al Paraguay del 10 al 18 de abril, tendremos la oportunidad de fortalecer más nuestra entrega a la oración y la cercanía al Señor. Dispongamos nuestra vida para el encuentro con el corazón de un santo que supo entregar su vida siguiendo las de Cristo. Paz y bien.
hnovalentin@hotmail.com