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Afirmó que para aferrarse a la vida adoptaron con su esposa Stella una nena y un nene. “Espero que la presencia del Santo Padre, como católicos practicantes, nos traiga la bendición y la paz interior para que amaine tanto dolor que sentimos desde hace 11 años, por la mayor tragedia de la historia que tuvo el Paraguay, aquel 1 de agosto de 2004, donde perdieron la vida 400 personas y hubo un número igual de heridos”, dijo.
“Reconstruimos nuestra familia, pero ninguno de nuestros hijos del corazón ocupa el lugar de nuestras hijas biológicas que están en el cielo. Ellos tienen su identidad propia y nosotros colaboramos con ellos para que tengan un hogar y crezcan felices”, indicó.
Recordó que además de la pérdida de sus tres hijas tuvieron que pasar con su esposa María Stella 2 años de tratamiento, sin poder ver la luz del sol. Sufrieron quemaduras de segundo y tercer grado. En gran parte de su cuerpo tienen injertos de piel. Tuvieron que vivir muchos años con ropas compresivas especiales para que sus pieles no se lastimaran con el sol.
“Si Dios en su decisión hizo que no criáramos hijos biológicos, decidimos tener dos hijos de corazón porque aún nos queda mucho cariño para brindar”, manifestó y agregó que hasta el incendio él trabajaba en su profesión de veterinario. Sin embargo, actualmente, ya no puede trabajar porque tiene las manos inutilizadas a raíz de las graves quemaduras.
“La familia es la piedra fundamental de la vida. Sin propósito, sin dar y recibir amor y esperanzas la vida no tiene sentido. Por eso nos dedicamos casi exclusivamente al cuidado de Natalia (10) y Matías (8)”, indicó.
Manifestó que en la granja de Loma Grande trabajan duro para darles un buen futuro a sus hijos de corazón. “Los G. 750.000.000 que recibimos de indemnización del Estado, por la pérdida irreparable de nuestras tres niñas y por las quemaduras sufridas en el incendio, los depositamos a plazo fijo para que tengan un buen futuro nuestros chicos”, concluyó.