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Leo Farfán (43) da conferencias dentro y fuera de su país. Según nos cuenta, supo que tenía ásperger a sus 37 años. “Pasé toda una vida sin saberlo, sufriendo mucho”, relata el presidente de Amasperger-Chile (traducido como “amar a un ásperger”). Esta fundación tiene 4 años y fue iniciada con el fin de crear contenido, “porque muchas veces los papás reciben un diagnóstico y van al Google, pero no todo lo que sale ahí es verdad; hay mucho mito”, subraya. De la pluma de este ásperger ha salido excelente material que hoy se utiliza para concienciar en varios países: Confesiones de un caracol, Corazón autista o Conteando cuentos, entre otros. “Una persona en Bolivia leyó mis anotaciones y me pidió permiso para publicarlas como un libro. Así empecé”. Leonardo es químico, trabajó muchos años en un laboratorio, hasta que lo dejó para dedicarse a escribir, viajar y dar conferencias.
–¿Cómo era tu vida hasta los 37 años?
–Fui un niño solitario, sin amigos. Soy del Estrecho de Magallanes, bien al sur. Mis padres siempre estaban pendientes de mí (todavía lo están). Tengo un hermano, pero ellos nunca hicieron diferencia, aunque sabían que a mí me costaba más aprender ciertas áreas. Mis papás aprendieron a preguntar directamente, sin rodeos. Porque tú llegas a un lugar y conversas; los ásperger, no. Yo no converso, porque no está la intención comunicativa; hay que crearla. Eso no significa que no haya cosas que nos interesen, pero no escuchamos lo que no nos es significativo.
– Hay mucha gente así
– Sí, pero en este espectro se nota más. Yo no voy a hablar del clima o del fútbol. Cuando eres pequeño, te vuelves muy rígido; y eso es algo que te juega en contra, porque uno tiene que aprender cosas que no le gustan también en el colegio. En ásperger esa rigidez es mucho más fuerte que lo normal.
–¿Por qué utilizás la idea del caracol?
–Así me decían. Es el símbolo que he usado y ha funcionado. Las personas con autismo entienden mucho después las cosas, y aunque tú no lo veas, avanzan. Tampoco somos muy buenos para recibir el abrazo, el contacto de cualquiera; somos distantes, lejanos.
–Caracoles que guardan fama de inteligentes...
–Yo tuve habla y lectura temprana. A los 16 años terminé la secundaria. Después seguí Química, que era lo que más me gustaba en el colegio. Trabajé como químico muchos años. Suena bien, pero el ambiente laboral no fue fácil; tuve problemas en la parte social.
–Porque no eras como los demás.
–La gente tiene que entender que hay que flexibilizar este mundo. Somos todos diferentes, y en esa diferencia hay otros que somos un poquito más diferentes. Tenemos derecho a ser diferentes, pero los sistemas tratan de normalizar. Y cuando tú quieres normalizar a un niño diferente, lo haces sufrir. Lo que necesitamos es que se pueda adaptar sin dejar de ser él o ella. Cuando uno es diferente y llega a la escuela, se nota; ahí comienzan los conflictos con los compañeros y los profesores.
–¿Cómo encaraste la pareja, el amor?
–También es un problema. Me separé, tengo un hijo de 13 años. Ella no sabía nada; solo que yo era un tipo muy callado, tímido. Hoy entiendo que quería comunicarse y yo pensaba que había comunicación. Pero mi realidad es distinta a la tuya: un ásperger cree que se está comunicando, pero comunica lo básico. Y a veces es necesario ser más empático.
–¿Cómo supiste que eras ásperger?
–Fue una casualidad. Estaba chateando con un amigo a través del computador y me dijo: “Te pareces a mi hijo. Mi hijo tiene ásperger”. Me envió información, y al leerla me hizo “clic”. Después me indicó dónde podía buscar ayuda; fui hasta Santiago, a un psicólogo-psiquiatra, que me diagnosticó: “Tú eres un ásperger de libro. Tu genialidad la usaste para adaptarte”. Es que yo había entendido que tenía que hacer lo que hacían los demás, y lo que hacía era imitar. Pero llega una edad en que dices “¿quién soy yo?”: no tienes gustos de películas ni de música. Me di cuenta de que mi gusto siempre era el del grupo al que quería entrar. Buscar siempre la aceptación es desgastante, porque te va eliminando la individualidad, la persona.
–¿Qué sentiste al conocer ese diagnóstico?
–¿Has visto cuando levantas el piquito de una olla de presión y sale todo? Así me sentí: una olla de presión durante 37 años. Cuando lo supe, entendí todo para atrás. Igual sufres, pero eliges qué hacer. Yo elegí buscar ayuda y trabajar mis áreas débiles.
–¿Creés que el ásperger “está de moda” y eso sirva para concienciar?
–Está muy latente, pero no es que exista más gente con autismo, sino que han mejorado las técnicas de diagnóstico y evaluación. Todo lo que pueda ser un aporte para crear conciencia en la sociedad, sirve; aunque en las redes hay muchos activistas de cartón. Lo que sé que sirve son las charlas que damos en los colegios. Yo he escrito un libro de cuentos para trabajar con los niños, y la temática no es como en los cuentos tradicionales que, por alguna magia, el diferente se vuelve normal, sino que el diferente sigue siendo quien es.
–Escribir fue tu sanación.
–Cuando aprendí a escribir, salió mucho. Corazón autista trata sobre la muerte de mi papá. Pero también hay personas ásperger que pintan o hacen música.
–¿Te ves como un referente en el futuro?
–No me interesa ser un personaje conocido, sino aportar, ser una persona que permanezca a través de la memoria de personas en el tiempo. Quiero seguir haciendo esto hasta que me queden fuerzas, y después que lo hagan otros. He pensado mucho en esto del efecto del mensaje que doy. A veces digo: ¿será tanto?, ¿tanto valgo? No quiero creerme eso, porque nací como todo el mundo, pasé dificultades, pobreza, hambre, pero a mí esas cosas me enseñan a ser más sensible.
–¿En qué radica tu fuerza?
–Creo en Dios, sobre todo en la generosidad. Aprendí a ser generoso. Busco ser feliz. No sé si esto me hace feliz, es complicado hablar en público, pero me da mucha satisfacción. Y, si yo no lo hago, ¿quién lo va a hacer? Asumí ese costo. Muchos me dicen: “Si te cuesta, no lo hagas”, pero es necesario, porque es una verdad que tiene que saberse.
–¿El público siempre entiende tu mensaje?
–Creo que sí. No busco aplausos, porque me duelen (literalmente). Si no me conocen, hablo, y al final les digo que estoy dentro del espectro autista. Y si me conocen, trato de explicarles que hablo desde lo que sé y siento. Hay padres que al escucharme se han puesto a llorar, y no por lo que yo digo, sino por lo que ellos sienten. Sé que a veces la gente se emociona, pero no busco hacer llorar. Yo lloro poco; en este espectro tenemos tolerancia al dolor. A veces tengo heridas, y no las siento. No lloré, por ejemplo, cuando mi papá murió. La gente me dice: “llora ahora”. Y este libro que escribí (Corazón autista) son mis lágrimas. Hay que entender que hay muchas formas de sentir, de expresar, de hablar, porque eso te hace descubrir que hay otras formas de ser.
–¿Qué pensamiento querés dejarnos?
–Una frase que uso es: “Creer que se puede”, porque creer es gratis. Si usted cree que su hijo, su alumno, su paciente, puede, tenemos un 70% del camino logrado. Y lo otro es que, a lo que dice la doctora Temple Grandin (autista), “El mundo necesita todo tipo de mentes”, yo le agregaría “y de corazones”. Porque siempre se dice que los niños con ásperger son inteligentes, geniales; la gente empieza a cognitivizar, y se olvidan de que es una persona.
El principal problema de las personas con ásperger es el control y expresión de las emociones.
lperalta@abc.com.py