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Mensajes van, mensajes vienen, el primer encuentro se marcó y para que vivieran juntos no pasaron más de cuatro meses. Los primeros meses transcurrieron sin problemas, incluso la joven pasó a trabajar en la misma empresa que su pareja y estaban las 24 horas juntos.
A finales del 2015, las manifestaciones de celos se hicieron constantes y con ellas, las primeras prohibiciones, como el uso de short y la primera agresión. En una fiesta de casamiento de un compañero de trabajo, la joven comentó a una amiga que tenía frío y ante esta circunstancia, esta le prestó por un rato el saco de otro compañero, que estaba en una silla. Al ver a su novia con el saco ajeno, la noche de fiesta se terminó de manera abrupta. Ante los reclamos por “falta de respeto”, la pareja se retiró del local.
Una vez en la casa, además de las agresiones verbales de “descarada” y otras de ese tipo, el sujeto abofeteó a la joven y destrozó su vestido, le golpeó con la llave su brazo, tiró todos los frascos de crema y hasta un desodorante de ambiente lanzó contra su pierna. Asimismo, la obligó a acompañarlo de vuelta a la fiesta para golpear al hombre que le prestó el saco, pero esto no ocurrió porque el mismo ya se había retirado.
Asustada por la violenta reacción de su novio, la joven aprovechó el momento en que se durmió y regresó a la casa de su madre.
A partir de ahí él empezó a acosarla con incesantes mensajes con pedidos de perdón hasta las 04:00 inclusive, motivo por el cual le bloqueó y se refugió en la casa de su hermana por una semana.
La separación duró quince días. Pese a la oposición de sus padres, la joven volvió a la casa del novio. Tras los primeros días de trato cariñoso y atento, surgieron nuevas señales de alarma: él pasó a elegir su ropa y aunque no le gustaba tanto su elección, ella se vestía como él le indicaba, entre las que las ropas cortas y ajustadas fueron eliminadas. Además de exigir su contraseña para revisar constantemente los mensajes que le llegaban al celular y a sus redes sociales.
Los reclamos por los “me gusta” no tardaron en aparecer y con ellos las agresiones verbales y físicas, seguidas luego por pedidos de perdón.
Pero las agresiones se agravaron y de las cachetadas y empujones, pasaron a brutales golpizas con golpes de puño cerrado y agresión con todo tipo de objeto contundente, como palo de escoba, tabla de picar carne, martillo, alambre, lo que estuviera a mano.
La relación no completó tres años y terminó de manera brutal, pero la joven sobrevivió para contarlo. Hoy el caso está en manos de la fiscala Claudia Aguilera.