“Una mano disparó, otra desvió la bala”

Un día como hoy, 13 de mayo, del año 1981, exactamente 35 años atrás, se producía el atentado contra la vida del papa Juan Pablo II, en la misma Plaza de San Pedro.

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“Una mano disparó, otra desvió la bala”, diría poco tiempo después el Pontífice, atribuyendo a la Virgen de Fátima el milagro de haberle salvado la vida, ya que en esa misma fecha se conmemoraba un aniversario más de la primera manifestación de la Madre de Dios a tres humildes pastorcitos en la ciudad de Portugal de la cual toma su nombre en 1917, hoy hace 99 años.

El país europeo aguarda con ansias la visita del papa Francisco el año próximo, al conmemorarse el centenario de las apariciones.

En la crónica del atentado contada por quien fuera el secretario personal de Karol Wojtyla, desde su época de obispo y cardenal y durante todo su pontificado, el hoy cardenal polaco Stanislaw Dziwisz, publicada por Le Observatore Romano el 25 de mayo de 2001, cuando aún vivía Juan Pablo II y se cumplían 20 años de aquel doloroso suceso, este relataba lo acontecido.

Su testimonio es elocuente, pues hablamos de quien sostuviera al Papa cuando este caía víctima de las balas aquella tarde en la Plaza de San Pedro: “Quiero sacar de la historia algunos hechos referentes a la fecha del 13 de mayo de 1981. Sé que no es posible contarlos ni comprenderlos en su totalidad. Pero creo que vale la pena volver a ellos con el recuerdo. Espero que referir los detalles de aquellos acontecimientos sirva para ver cómo la vida del Santo Padre fue verdaderamente salvada por una gracia admirable de Dios, por la que debemos dar incesantemente gracias...”.

“El 13 de mayo de 1981, a las 5 de la tarde, en la Plaza de San Pedro, debía tener lugar la tradicional audiencia general de los miércoles. Hora 17:17. Mientras daba la segunda vuelta a la Plaza, se escucharon los disparos contra Juan Pablo II. Ali Agca, un asesino profesional, disparó con una pistola hiriendo al Santo Padre en el vientre, en el codo derecho y en el dedo índice. Un proyectil traspasó el cuerpo y cayó entre el Papa y yo. Escuché dos tiros. Las balas hirieron a otras dos personas......pregunté al Santo Padre “¿Dónde?” Respondió “En el vientre”, ....en aquel instante comenzó a agacharse. Al estar yo detrás de él pude sostenerlo. Estaba perdiendo las fuerzas. Fue un momento dramático. Hoy puedo decir, que en aquel instante, entró en acción una fuerza invisible que permitió salvar la vida del Santo Padre, que corría peligro de muerte”.

Un año después, el 13 de mayo de 1982 Juan Pablo II en su visita al Santuario de la Virgen de Fátima en Portugal depositó la bala que le había sido extraída y que había hecho una rara trayectoria desviando milagrosamente el contacto con la aorta, en la corona de la Virgen, donde hoy se la pueda contemplar, como signo de gratitud a la Virgen. Esa misma acción de gracias fue expresada por el mismo Ali Agca, a quien dirigió palabras de perdón ya reestablecido: “Pienso en el hermano que me disparó, a quien sinceramente he perdonado” y a quien visitó en prisión y respondiendo a la pregunta de su agresor de por qué no murió, si él siendo un experto tirador, disparó a matar, el Pontífice simplemente se limitó a sonreír y contestar: “Una mano disparó, otra desvió la bala”.

Luego lo abrazaría y escucharía como un sacerdote confesor, aunque estemos hablando de un seguidor del Islam.

Pero no se quedaría allí en su abrazo de perdón. Seguiría bregando posteriormente por el indulto que la Justicia italiana le concediera en el Jubileo del 2000, respondiendo al pedido de la madre de su agresor.

Agca se encuentra en una prisión turca por un crimen cometido en su país antes del atentado contra el Papa.

Consultado tiempo después sobre su pensamiento respecto a “de dónde vinieron esas balas, ideológicamente hablando”, el Papa respondió que eso a él no le interesaba, esa tarea se la dejaba a los investigadores, pues para él, “esas balas vinieron del maligno”.

A 35 años de aquel acontecimiento, con las posteriores generaciones que han aparecido, con el papa emérito Benedicto que denunciaba la “dictadura del relativismo” y el papa Francisco, que hoy denuncia la insensibilidad del mundo ante el dolor, es decir, la “dictadura de la indiferencia” es bueno hacer memoria de aquellas circunstancias vividas por el mundo, que en el contexto de la guerra fría, se negaba a cualquier tipo de apertura y que contaba en aquel entonces con la fuerza de un Pontífice polaco, que derribó muros, no solo materiales, sino ideológicos y mentales, cuyo testimonio anima hoy al mundo a no resignarse a perder sus ideales, pues ellos tienen su fundamento, en aquel, por quien arriesgó la vida el recordado y amado Pontífice.

(*) Comunicador, docente de Ética y Antropología Cristiana en la Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”.

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