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JERUSALÉN (AFP, EFE). Los detectores se colocaron dos días después de que dos policías israelíes murieran a manos de tres árabes israelíes, que según las autoridades escondieron sus armas en la Explanada.
Tras una intensa movilización diplomática internacional, Israel accedió a retirar los detectores aunque dijo que los reemplazaría “por una inspección de seguridad basada en tecnologías avanzadas”.
En rechazo a esta medida, los fieles musulmanes se niegan desde entonces a entrar en la Explanada y rezan en las calles circundantes.
El nuevo pico de tensión hace temer un aumento de la ola de violencia que sacude Israel y los Territorios palestinos desde octubre de 2015.
Las entradas a la Explanada –donde se sitúan la mezquita de Al Aqsa y la Cúpula de la Roca– están controladas por Israel, que la denomina Monte del Templo, el lugar más sagrado del judaísmo, pero está gestionada por Jordania.
Los musulmanes pueden acudir en cualquier momento, mientras que los judíos solo pueden hacerlo a determinadas horas.
Siglos de conflicto
Los israelitas (mayoritariamente judíos) consideran que Jerusalén es su capital desde hace más de 3.000 años por razones religiosas y políticas.
Desde las dos destrucciones del Templo de Jerusalén y la consecutiva dispersión del pueblo judío, el judaísmo siempre evocó un retorno a Jerusalén. La Ciudad Santa era la capital del reino de Israel del rey David (siglo X antes de Cristo) y más tarde del reino judío asmoneo (siglo II antes de Cristo).
Los palestinos (mayoritariamente islámicos), que representan alrededor de un tercio de la población de la ciudad, reivindican Jerusalén como capital de su futuro Estado. Para ellos la ciudad también tiene un estatuto religioso esencial: la Explanada de las Mezquitas, lugar desde donde –según el islam– el profeta Mahoma ascendió al cielo, es el tercer sitio santo.