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La caída de la Unión Soviética “es la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, aseguró en 2005 Putin en una frase que levantó en su momento toda clase de suspicacias y que ha perseguido desde entonces al antiguo oficial del KGB.
Putin era casi un desconocido cuando asumió el cargo de primer ministro el 9 de agosto de 1999, y pocos le auguraban un futuro prometedor, el quinto jefe de Gobierno nombrado por el entonces presidente Boris Yeltsin en 18 meses.
Pero, su política de mano dura con la guerrilla separatista chechena disparó su popularidad y le otorgó una contundente victoria en las presidenciales de marzo de 2000.
Desde entonces, el nuevo hombre fuerte del Kremlin mantuvo una relación de amor y odio con Occidente, que no dejaba de fustigarle por la represión violenta en el Cáucaso, críticas que alcanzaron su cenit con la matanza de Beslán (2004).
Según los analistas, el líder ruso se afanó en lograr el respeto de Occidente, pero este nunca llegó a tratar a la Rusia de Putin como a un igual entre las naciones democráticas, por lo que el inquilino del Kremlin perdió la paciencia y decidió romper la baraja.
El primer síntoma de ruptura fue la guerra ruso-georgiana por el control de la separatista Osetia del Sur (2008), la primera intervención rusa en el exterior desde la invasión soviética de Afganistán.
No obstante, los cuatro años de interregno en los que Putin cedió la presidencia a Dimitri Medvédev, mientras él pasaba a ser Primer Ministro (2008-2012), vivieron una especie de luna de miel en las relaciones ruso-occidentales.
El retorno de Putin al Kremlin en mayo de 2012 abrió una etapa de involución democrática salpicada de constantes desencuentros con Occidente.
Desde entonces, la bola de nieve ha sido imparable y el nuevo campo de batalla del antagonismo es la vecina Ucrania.
Putin mantiene contra viento y marea que Rusia tiene derecho a defender sus intereses en su “patio trasero”.