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Todos los elementos del horror más absoluto fueron encontrados por la policía de Los Ángeles cuando llegó al lugar donde cinco amigos acababan de ser masacrados: sangre por todas partes, un simulacro de ahorcamiento, un modus operandi que parecía corresponder a un diabólico ritual, la ausencia de móvil evidente.
A la aparente saña de los asesinos se sumó la simbología de la belleza y la inocencia sacrificadas, encarnada en Sharon Tate, de 26 años y embarazada de ocho meses y medio cuando recibió 16 puñaladas.
Alrededor de su cuello, Sharon Tate tenía una cuerda de nylon blanco sujeta a una viga y que en el otro extremo estaba atada al cuello de Jay Sebring, un peluquero de celebridades que acompañaba a la estrella rubia. Le dispararon y apuñalaron hasta la muerte y le desfiguraron el rostro. Su cabeza estaba cubierta con una capucha.
La palabra “PIG” (CERDO) fue escrita con sangre en la puerta. Una palabra que también se halló escrita, esta vez en plural pero siempre con sangre, en una casa de otro distrito de Los Ángeles donde una pareja, Leno y Rosemary LaBianca, fue salvajemente asesinada la noche siguiente.
La investigación y el larguísimo juicio en 1970 permitieron reconstruir los hechos, que han perturbado a buena parte de la opinión pública durante casi medio siglo.
Charles Manson, fallecido a los 83 años el domingo en el hospital Mercy de Bakersfield, California, mientras cumplía su condena, fue el instigador de estas dos noches de atrocidades cometidas por seguidores suyos, sobre los cuales ejercía un control casi hipnótico.
Desde su rancho en el Valle de la Muerte, el psicópata y gurú anunció una carrera hacia el apocalipsis al que llamó “Helter Skelter”, a partir del nombre de una canción de los Beatles.
Lo que nunca decreció fue la perversa fascinación que Manson despertó en la sociedad.
Hasta hoy día, artistas, revistas, películas y libros siguen enfocando distintos aspectos de esa locura.