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CARACAS (AFP). Son símbolos del hastío por las penurias económicas y la reacción ante el autoritarismo chavista, dice la sicóloga social Magaly Hoogins para explicar el fenómeno que se inicio el 1 de abril.
“Se está construyendo un nuevo imaginario colectivo”, señala Hoogins, resaltando que lo simbólico genera identidades y cohesiona al pueblo.
El hombre en llamas
Víctor Salazar corrió desesperado, convertido en una bola de fuego, tras explotar el tanque de una motocicleta militar que incendió con otros encapuchados el 3 de mayo en Caracas.
Estudiante de bioanálisis de 28 años, se quemó 70% del cuerpo. Envuelto en gasas, envió un mensaje en video desde el quirófano: “Salgan a la calle, no en mi nombre, sino por Venezuela”.
Ya había participado en “la salida”, oleada de protestas contra Maduro que dejó 43 muertos en 2014.
“Mujer Maravilla”
Con toda la fuerza de su musculoso brazo, en una descarga de hastío, Caterina Ciarcelluti soltó una artillería de piedras contra militares el 1 de mayo en la manifestación en el Día del Trabajo.
Su imagen con los labios apretados y los muslos firmes para impulsarse fue capturada por un fotógrafo de la AFP y se viralizó como “símbolo de determinación”.
“Esa soy yo en toda su naturalidad, con esa fuerza y pasión. No tengo caretas”, señaló la entrenadora de fitness, de 44 años, que protesta en shorts y con casco de motociclista.
Fue bautizada “Mujer Maravilla”, apelativo que, manifestó ella, retrata a todas las venezolanas.
El hombre desnudo
Hans Wuerich, comunicador de 27 años, trepó desnudo, con una Biblia, a un vehículo blindado antimotines el 20 de abril en Caracas.
Bajo una lluvia de gases, pedía frenar “la represión”. Quería enviar un mensaje pacifista y celebra que gracias a ello “el mundo pusiera sus ojos por un momento” en Venezuela.
Mientras descendía del blindad, la Guardia Bolivariana le disparó a la espalda múltiples perdigones que le dejaron el cuerpo marcado de impactos.
Votó por Maduro, y está “arrepentido”.
“Soy como la mayoría, que protesta porque tiene hambre, quiere un cambio. Cualquier cosa es mejor que lo que tenemos”.
Las movilizaciones lo disuadieron de emigrar. “Ahora es que me quedo”. Y sentencia: “Prefiero morir a vivir en un sistema que me oprime”.
La mujer y la tanqueta
Con una bandera venezolana en la espalda, María José Castro bloqueó el avance de una tanqueta durante una gigantesca marcha el 19 de abril en Caracas.
Los guardias arrojaron dos bombas lacrimógenas para apartarla; pateó una y se plantó firme con un pañuelo en el rostro.
De 54 años y origen portugués, terminó siendo llevada en una moto militar y liberada poco después.
Dijo que la movió un sentimiento maternal. “Me dolía ver cómo les disparaban a los muchachos” escopetazos de perdigones y bombas lacrimógenas.
Su gesto recordó al manifestante fotografiado frente a una columna de tanques en las manifestaciones en la plaza de Tiananmén, China, en 1989.
El violinista
Desafiando los gases, Wuilly Arteaga comenzó a ejecutar su violín, caminó hacia militares para dar un “mensaje de paz”.
Abstraído del fragor, interpretó Alma Llanera, una tradicional música venezolana, el 8 de mayo en Caracas.
Tres días antes había tocado en el funeral de Armando Cañizales, muerto en otra manifestación y que como él se formó en el sistema de orquestas juveniles.
“Sentí mucho miedo porque pensé que ni la música tenía el poder de hacer reflexionar, pero salí del cementerio y fui a la protesta con más fuerza”, contó el artista de 23 años.
Es habitual verlo esquivando bombas. Aunque una lo impactó en un brazo, pide no caer en la violencia.
Tras su aparición pública, le cancelaron las presentaciones de piano que hacía en un hotel bajo control del Estado.
Se gana la vida tocando en las calles, aun cuando ha viajado siete veces a Europa por conciertos del sistema de orquestas.
Hace un año le decomisaron el violín en el metro de Caracas. Luego de vivir unos meses en la calle y hoteles de poca monta, consiguió albergue y un instrumento donado.
Pero una militar se lo rompió esta semana durante otra protesta. “¡Hasta cuándo!”, gimió, una frase que desató una ola solidaridad para reponerle el violín.