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“Fracasé totalmente en mis responsabilidades”, afirmó Clint Hill, de 80 años, cuando se cumple el 49º aniversario del asesinato.
Aquel 22 de noviembre de 1963, Hill iba caminando junto al cortejo de automóviles que recorría las calles de Dallas, Texas: el agente es el hombre que se ve en el famoso vídeo del tiroteo mientras corre hacia la limusina descapotable en la que iban JFK y su esposa.
En todos estos años, según confesó, ha vivido con un terrible sentimiento de culpa por no haber podido evitar la muerte del Presidente.
El disparo que alcanzó la cabeza de Kennedy fue como “el sonido de un melón estampándose contra el cemento”, recordó. “En ese instante, sangre, sesos y trozos de hueso salieron de la cabeza del Presidente y me salpicaron encima, en mi cara, mi ropa y mi pelo”, escribió en su libro, titulado “Mrs. Kennedy and Me”.
Alcanzó la limusina mientras Jackie trataba de recuperar partes del cerebro de su marido que se habían desparramado por el maletero del auto.
Jackie, con “sus ojos llenos de terror”, mantuvo después en su regazo la cabeza de su esposo. El agente se quitó su chaqueta y envolvió con ella la cabeza ensangrentada del presidente.
En su libro, Hill recordó cómo la primera dama cortó amorosamente un mechón del cabello del cadáver de su marido y cómo se negó después a cambiarse el vestido que llevaba y que estaba manchado de sangre.
“Intentamos convencerla de que se cambiase de ropa, pero se negó”, escribió. “Déjales que vean lo que han hecho”, le dijo.
Hill siguió trabajando como escolta de la señora Kennedy por otro año después del magnicidio y luego pasó al cuerpo de protección del presidente Lyndon Johnson.
Dejó el servicio en 1975. Fumaba y bebía scotch “para dormir y olvidar”.
Hill había sido asignado al servicio de guardaespaldas de Jackie al poco tiempo de llegar la familia a la Casa Blanca. Durante los cuatro años que trabajó con los Kennedy, Jackie siempre le llamó “Mr. Hill” y él a ella “Mrs. Kennedy”, pero pese a este formalismo ambos llegaron a conocerse muy bien y mantuvieron una relación muy cercana.
El libro no contiene escándalos ni alude a historias extraconyugales, pero brinda un retrato intensamente humano de la “first lady”, de la que fue una suerte de confidente. La mujer le pedía cigarrillos, un hábito que no quería mostrar en público, y hasta intentó enseñarle a jugar al tenis.
Él la acompañó en sus numerosos viajes, sobre todo a Europa, adonde a Jackie le encantaba ir.