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Desde lo alto de sus despeñaderos rojizos se extiende la inmensidad, centenares de kilómetros de áridos y sinuosos desfiladeros en cuyo fondo el río Colorado continúa incansablemente su obra de erosión, comenzada hace millones de años.
A esa eternidad se unieron para siempre cuatro personas en la misma cantidad de semanas entre marzo y abril pasado.
El cuerpo de un turista japonés fue encontrado en una zona boscosa lejos de las abruptas laderas rocosas. Antes, una serie negra de tres caídas mortales, incluyendo un quincuagenario de Hong Kong que se desplomó al vacío mientras intentaba sacar fotos.
Aunque entre la docena de personas que mueren en promedio cada año en el Gran Cañón, según las cifras del National Park Service, las caídas son, en realidad, inusuales.
La mayoría de los decesos están más bien ligados a las diferencias de altitud y al calor sofocante del verano.
“Hay algunas barreras cerca de los miradores más populares pero no queremos ponerlas en todas partes”, dice Kris Fister, portavoz del parque nacional, situado en el estado de Arizona. “Lo que hace especial a los parques es no tener una barrera que te separe de este lugar magnífico”, alega.
“Les pedimos a las personas permanecer en los senderos designados y mantenerse a una distancia prudencial del borde. Es una cuestión de sentido común”, agrega la mujer, con pantalón caqui y camisa gris, uniforme de los “ranger”.
“Es también importante prestar atención cuando se toman fotos”, advierte.
En “Mather Point”, donde de los autobuses desembarcan turistas apurados, el mensaje claramente no siempre es escuchado.
Esta terraza natural, la más frecuentada del parque, es quizás el lugar de Estados Unidos donde se toman la mayor cantidad de selfis.