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En el acto de conmemoración de ayer el suelo de Waterloo tembló con cada uno de los disparos de cañón que estremecieron al público, como en su día les debió ocurrir a los casi 200.000 soldados que participaron en el combate.
“Hoy no celebramos una batalla sino una reconciliación, ese shock del momento permitió una unidad más amplia y una armonía más sólida”, señaló el primer ministro belga, Charles Michel.
El rey Felipe de Bélgica consideró que su país se ha convertido en “guardián de la reconciliación” después de haber sido durante siglos “un campo de batalla donde las potencias europeas se enfrentaban entre ellas por la hegemonía del continente”.
También estuvieron presentes algunos de los descendientes de los generales que libraron la batalla, como el duque Arthur Wellesley de Douro (descendiente del duque de Wellington, comandante supremo aliado en la batalla) o los príncipes Nikolaus Furst Blücher von Wahlstatt (descendiente del mariscal prusiano Gebhart Leberer von Blücher) y Jean-Christophe Napoleon Bonaparte.
La batalla
Propiamente, la llamada “batalla de Waterloo” se desarrolló en un campo que tenía otros poblados más cercanos que el propio Waterloo, pero el parte de la victoria enviado a Londres fue fechado en la ciudad de Waterloo, y desde ese momento el nombre quedó ligado a la histórica batalla.
La batalla de Waterloo comenzó un 18 de junio de 1815, fecha en la que las tropas británicas, holandesas y alemanas (divididas a su vez en los reinos independientes de Prusia y Hanover y en el Principado de Brunswick), vencieron al imperio de Napoleón Bonaparte.
La batalla de Waterloo tuvo lugar tras la vuelta del exilio de Napoleón de la isla de Elba. En pocas semanas reconstruyó el ejército francés, que en la campaña de Bélgica llegó a tener más de 93.000 hombres.
En Waterloo pudo hacer frente durante unas diez horas a las fuerzas aliadas de Welllington y al ejército prusiano del mariscal Blücher, que sumaban un total 125.000 hombres.
Pero la contienda terminó con la derrota de Napoleón, que abdicó el 22 de junio y murió prisionero de los ingleses el 5 de mayo de 1821 en Santa Elena, un islote del Atlántico Sur.
Esta derrota decisiva para los franceses marcó “el fin del grandioso sueño militar y político de Napoleón”, mientras que para las fuerzas coligadas supuso “una victoria contra las ambiciones imperialistas posteriores a la Revolución” Francesa, explicó el primer ministro belga.