A 25 años del mayor genocidio moderno

KIGALI (EFE). Hace 25 años comenzó en Ruanda una de las peores tragedias de la humanidad, un genocidio que acabó con la vida de unas 800.000 personas.

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Hoy el país tiene muchas lecciones que dar a la comunidad internacional sobre unidad, reconciliación y crecimiento, y algunas otras que aprender en derechos humanos.

“Ahora ya podemos preocuparnos por la transición; ya no estamos preocupados por sobrevivir, por la vida o la muerte (...). Estamos construyendo instituciones, infraestructuras e invirtiendo en nuestra gente”, decía el presidente ruandés, Paul Kagame, en 2013.

Hasta 1994 Ruanda era el hogar de un 85% de hutus, un 14% de tutsis y un 1% de twas, pero en 2003 la nueva Constitución prohibió la diferenciación por etnias y todos pasaron a ser “ruandeses” a secas.

El genocidio fue consecuencia de la extrema polarización del conflicto entre hutus y tutsis.

La muerte del presidente -hutu- Juvénal Habyarimana, al ser derribado el avión en el que viajaba el 6 de abril de 1994, agudizó las disputas étnicas y desencadenó el 7 de abril casi 100 días de terror y sangre, que acabaron cuando en julio el Frente Patriótico Ruandés (RPF, tutsi), de Paul Kagame, se hizo con el control del país.

La esperanza de vida es ahora de 67 años (datos de 2017 del Banco Mundial), mientras que en 1994 era solo de 29 años, y la población, que cayó a menos de 6 millones de personas durante el genocidio, ya se ha duplicado.

El genocidio supuso una gran huida de aquellos tutsis que consiguieron escapar a países vecinos, y luego, con la victoria del RPF, la huida de hutus, temiendo represalias.

Hoy existen grupos armados, como la milicia hutu Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), que se esconde en la densa selva del Congo, junto a los más de 100 grupos rebeldes nacionales y extranjeros que operan en esa zona.

La llegada al poder de Kagame (tutsi), oficialmente en el 2000 pero extraoficialmente desde después del genocidio, es una historia de luces (por su liderazgo y superación del conflicto) y sombras (por su autoritarismo contra la oposición).

No obstante, hay indicadores que muestran una reconstrucción de Ruanda, crecimiento económico anual del 8%, y lenta reconstrucción del tejido social.

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