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Virgilio Ozuna Franco, oriundo de Barrero Grande (Eusebio Ayala), es el menor de 12 hermanos de una humilde familia. Su madre trabajó desde los 15 años en el mercado municipal de esa ciudad y su padre siempre fue labriego.
Es el único de la familia que tuvo mayores oportunidades de completar la secundaria porque, cuando su papá ya no pudo trabajar en la chacra, se mudaron a la ciudad y vivían a dos cuadras de la escuela y a tres del colegio. Todos los demás hermanos solo llegaron hasta el sexto grado o el tercer curso. Ninguno fue a la universidad, salvo la penúltima de las hermanas que se dedica a la docencia.
A Virgilio siempre le gustó estudiar y fue mejor egresado del Bachillerato Técnico Industrial y soñaba con ser ingeniero eléctrico. Como nadie de su familia podía pagarle los estudios, se abocó a trabajar desde los 12 años en changas, pero como lo que ganaba no le alcanzaba para nada, también empezó a buscar becas.
En la Gobernación de Cordillera le dijeron que solo daban este beneficio a los que ya se habían matriculado a la universidad, lo cual a él le era imposible. En una de esas le hablaron de la posibilidad de estudiar en Taiwán. Debió dar el número de una vecina porque no existían celulares y nadie de su familia tenía teléfono.
Mientras trabajaba como encargado de depósito en un supermercado de lunes a sábados de 07:00 a 10:00 de la noche con un salario de G. 70.000 semanal, un día sus patrones recibieron la llamada de que Virgilio fue preseleccionado para la beca de Taiwán y debía venir a Asunción para las gestiones. No le dieron permiso y se vio obligado a renunciar.
Realizó todos los exámenes y quedó entre los 30 de 200 aplicantes. Él se anotó para Ingeniería Eléctrica, lo cual sorprendió a los miembros del consejo de selección (del Ministerio de Educación y la Embajada de Taiwán), puesto que era una carrera que se podía estudiar muy bien en Paraguay. “Yo respondí, casi llorando, que mi situación económica no me permitía acceder aquí a la universidad”.
Finalmente, Virgilio Ozuna quedó seleccionado entre los 20 becarios, en agosto de 2006. Pero todavía faltaba mucho por sortear con la documentación, las traducciones y preparar el viaje. No tenía maleta y tampoco tenía ropas: “Yo no tenía dinero y mis patrones no me quisieron ayudar. Entonces, mis exprofesores se organizaron y pidieron ayuda por radio. Por eso siento que debo muchísimo a mi pueblo de Eusebio Ayala que me ayudó y respaldó y quisiera devolver lo que han hecho por mí”.
En la universidad
Ya estando en Taiwán, el joven paraguayo debió afrontar muchas dificultades, pero se propuso que iba a concluir sus estudios y volver con su título. Incluso, trataba de administrar los recursos de la beca de la mejor manera y así también ayudar a sus padres desde el lejano país. “En los primeros años fue muy complicado por el idioma, casi nos comunicábamos con señas. Yo fui con el inglés que había aprendido en el colegio y apenas podía contar hasta 20. Así que tuve que sacrificarme doblemente para aprender a la par del chino. La beca solo cubría el Centro de Lenguas para el mandarín, así que debí ahorrar para dar clases extras de inglés. Muchos compañeros extranjeros me ayudaron y hasta acudía a los centros religiosos para aprender”, relata.
Al concluir el año de idioma en Taiwán debió aplicar para la carrera de Ingeniería Electromecánica. “Me costó muchísimo porque yo tenía la desventaja frente a mis compañeros taiwaneses de que ellos habían hecho cursos probatorios, además de la preparación que ya traían de sus colegios. Para un taiwanés es muy importante la educación de sus hijos e invierten millones de dólares para prepararlos. Yo había ido con lo aprendido en Paraguay”.
La universidad tenía una regla, al final del primer semestre, quien no llegaba al 60% perdía un mes de beca del siguiente semestre. Virgilio llegó a 57%, lo cual lo dejó muy bajoneado. Decidió buscar otra carrera en inglés para extranjeros y allí optó por la de Producción Animal y Producción de Plantas en el Departamento de Agricultura Tropical y Cooperación Internacional. Debió abandonar su sueño de ser ingeniero por una carrera más accesible para completar la licenciatura y regresar a Paraguay con su título. Aunque podía realizar un masterado, debió regresar por razones familiares. Fueron compañeros de estudios con Johana Gini Bécker.
Su queja comparten muchos paraguayos recibidos en el exterior: “Duele que al regresar no pueda aún hacer muchas cosas por mi ciudad y mis compueblanos por más de que tenga el conocimiento necesario porque es difícil conseguir un trabajo para aplicar lo aprendido”.
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