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Todas y cada una de las situaciones que en los últimos tiempos nos han golpeado duramente hasta hacer jirones nuestras vidas y bienes fueron o son realizadas por aquellos a quienes hemos concedido la confianza de nuestros votos. Si no son hechas por las autoridades por las que votamos, igual fueron hechas por aquellos a quienes ellos van nombrando para ocupar cargos sin tener integridad, moral, honestidad y capacidad. Al decir del viejo tango Cambalache, “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador, todo es igual, nada es mejor”.
Nos desgañitamos en los más apocalípticos adjetivos superlativos, en las descalificaciones y en las denuncias. Gritamos a voz en cuello las injusticias, reclamamos con energía los abusos de autoridad, deploramos los saqueos, cuestionamos con vehemencia el robo de los fondos públicos, la ausencia de salud y de educación. No callamos ante los tráficos de influencia, el contrabando, el lavado de dinero o el narcotráfico en el que se zambullen nuestras autoridades y nuestra dirigencia política…
Hablamos y denunciamos con energía todo lo anterior… pero en las redes sociales. Somos valientes patriotas en Facebook, Twitter, Instagram, TikTok, en cualquier plataforma. Ejercemos el derecho a la palabra, a la libertad de opinión, a la libertad de informarnos; usamos con valor el derecho a resistir a los abusos que está garantizado por nuestra Constitución Nacional. Y no es que esté mal la participación y el ejercicio de la garantizada libertad de opinar, pero a la hora de la verdad, en las auténticas redes de la vida llamadas internas partidarias o elecciones generales, aún nos cuesta ejercer el derecho al voto, consciente y creador de espacios más democráticos.
La venta de votos o pagar con una papeleta a favor del candidato que promete trabajo a nuestra parentela está despellejándonos la vida. Lo sentimos en los raudales que arrastran nuestras calles, nuestros impuestos, nuestros autos o nuestros hijos. Lo sentimos en los fondos municipales o departamentales que faltaron para comprar oxígeno, ampollas para uso de terapia intensiva, dinero para comprar medicinas, tapabocas o cubrir con un mínimo de decencia las necesidades de miles de compatriotas que perdieron su trabajo.
Votar en el sentido de las promesas prebendarias o clientelistas está devorando nuestro país. Lo hemos sentido cuando en medio de la pandemia muchos facturaban a manos llenas con insumos que eran claves para sobrevivir. Autoridades electas y funcionarios nombrados, con honrosas excepciones, demostraron flotar cómodamente en la inmundicia como parte de ella. Escasez de razonamiento y planificación, falta de compromiso con el país han sido la constante en estos últimos años.
Vender los votos ha prostituido nuestra democracia pero está destruyendo el país donde vivimos nosotros, nuestros hijos y donde vivirán nuestros nietos. Se nos cala en la piel la desolación de los millonarios subsidios a los eternos sectores de poder fáctico que van engordando a unos a costa de tragarse a otros, fabricando fortunas en medio de una pobreza cada vez más acentuada. Feroces endeudamientos, regalías al sector público, van consumiendo lo poco que queda.
Rifar nuestros votos al mejor postor nos ha dejado en la encrucijada en la cual estamos tratando de sobrevivir, tocando un fondo que muchos creen que no puede ser más profundo. Sin embargo, podría ser peor: este año electoral amenaza con fagocitar nuestros ya escuálidos fondos devorados por multimillonarias deudas. Un gran sector del partido de gobierno –la ANR– va usando peligrosamente recursos públicos cuasi inexistentes para hacer campañas electorales, premiar a sus acólitos con cargos públicos y castigar al enemigo con destituciones. Inauguran un puente que cuesta más barato que el derroche de los helicópteros que movilizan para hacerlo, las camionetas cuatro por cuatro que financian junto con combustible y viáticos para sus adeptos. Estamos viviendo un asqueroso proselitismo encubierto bendecido y alentado desde el cargo de Mario Abdo Benítez y Hugo Velázquez, presidente y vicepresidente de la República.
Con el sector colorado cartista no nos va mejor. Inmersos en campaña electoral, y una gran cantidad de ellos en uso de cargos públicos, van usando su esfuerzo, su tiempo y energía en horarios laborales para hacer proselitismo además de encubrir a correligionarios sospechados de corrupción. Pareció un chiste de mal gusto, pero el presidente de la Cámara de Diputados, Pedro Alliana, lo ejemplificó mejor que nadie al expresar su fastidio por tener que permanecer en la Cámara Baja un viernes laboral, en lugar de hacer campaña con su dupla Santiago Peña.
Con la oposición el panorama no podría ser más incierto porque lejos de ejercer contrapoder, batalla por elegir a cuáles grandes grupos alinearse.
Y en el medio de este desolador panorama venimos marchando los culpables de regalar votos a quienes no lo merecen, a quienes defraudan con entusiasmo cada cinco años las promesas hechas. Antes que el año termine, las internas partidarias demostrarán si la pandemia nos ha ayudado a dignificar la vida y elegir un futuro mejor. Por los que se fueron, por los que quedamos, por el país que necesitamos volver a fundar, por la patria que necesitamos volver a resucitar. ¡FELICES PASCUAS!