Ver para saber

Para Lewis Mumford, la civilización tecnológica actual empezó a gestarse entre los años 1000 y 1750. En ese periodo el reloj mecánico reorganizó la vida social, la imprenta universalizó la cultura escrita y aparecieron los anteojos.

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Vemos por un proceso físico, químico, neurológico y psicológico con tres fases: primero, la retina recoge la señal luminosa que viene del exterior; después, el nervio óptico lleva los estímulos luminosos, transformados en una señal eléctrica, a la zona occipital del cerebro; y, finalmente, el cerebro interpreta esa señal en forma de visión. Cualquier fallo en esas tres fases puede dar lugar a defectos de visión y, en casos extremos, a la ceguera.

Un sistema óptico forma imágenes al reproducir la forma de los objetos. El ojo puede fallar al hacerlo por varios motivos. Por ejemplo, si el cristalino pierde transparencia porque se forman cataratas, la luz no puede llegar adecuadamente a la retina, donde se forman las imágenes. En otros casos el problema son las ametropías (hipermetropía, astigmatismo, miopía y presbicia son las más comunes). El método clásico de compensar este problema es el uso de anteojos.

Las lentes unidas por un puente que las sujetaba en la nariz aparecieron en el norte de Italia a fines del siglo XIII y se difundieron con rapidez para corregir la presbicia. Su difusión fue estimulada por el aumento de las labores que requerían visión cercana: el comercio y la artesanía de las ciudades y la intensa vida intelectual de los monasterios y universidades. Posteriormente, con el desarrollo de la imprenta, el aumento de lectores dio nuevo impulso a su popularización.

A veces la invención técnica precede a la explicación científica. Aunque los anteojos fueron inventados a finales del siglo XIII, recién en el siglo XVII Johannes Kepler desarrolló una explicación completa del funcionamiento de las lentes desde el punto de vista óptico en su tratado Ad Vitellionem, donde leemos: «Era notable que estando tan difundida la aplicación práctica de estas cosas [anteojos] había permanecido oculto su fundamento científico» (J. Kepler: Ad Vitellionem paralipomena, quibus astronomiae pars optica traditur, Frankfurt, Claudius Marnius & heirs of Joannes Aubrius, 1604).

El físico Ernst Mach da dos posibles explicaciones de esta demora de tres siglos: una, «la tendencia de los individuos a quedarse para ellos conocimientos inusuales», y la otra, el peligro que podían suponer estos conocimientos en una época en la que los dogmas científicos se defendían con métodos coactivos. Quizá sea igualmente razonable considerar que el impulso de las investigaciones astronómicas y la aparición del telescopio a principios del siglo XVII llevó a científicos como Kepler o Christian Huygens a sentir la necesidad de desarrollar una teoría óptica del funcionamiento de las lentes. Entender ópticamente la visión era imprescindible para interpretar el mundo abierto por el telescopio.

Aunque el impacto de los anteojos en la historia ha sido menos valorado que el de otros instrumentos ópticos como el telescopio y el microscopio, la tecnología de las lentes oftálmicas ilustra muy bien la complejidad de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad: tras su invención tardomedieval, el aumento de las labores que requerían visión cercana estimuló su difusión y desarrollo, la ciencia renacentista explicó su funcionamiento y el análisis científico permitió, a su vez, otros avances técnicos que irían configurando la sociedad y la cultura características de la Modernidad.

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