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“Dawn of the Planet of the Apes” está muy bien hecha, tiene a unos actores más que solventes, especialmente del lado de los primates –Andy Serkis o Toby Kebbell–, y el realismo de la humanización de los animales es más que aterrador. Pero al mismo tiempo, todo lo que cuenta es lo mismo que ya se ha visto en las siete entregas anteriores de esta saga, la primera tanda, que se realizó entre 1968 y 1973, una película con Mark Whalberg (2001), y la anterior (2011), con James Franco.
El lado humano se ha debilitado en esta ocasión con la incorporación de Jason Clarke, Keri Russell y un perdido Gary Oldman, aunque Kodi Smit-McPhee equilibra un poco la balanza frente a los simios.
Porque si hay algo que destaque en la película, es la interpretación de los simios, a los que los actores dotan de una enorme credibilidad en sus gestos más mínimos, en los que es imposible apreciar cuáles son reales y cuáles, efectos digitales.
Las relaciones entre los simios y los humanos se acercan a las habituales de los hombres, en las que la envidia y la venganza pueden a cualquier otro sentimiento, y la vida dentro de la comunidad de simios se parece a la de cualquier poblado humano.
Pero la película es tan detallista y se detiene tanto en contar esa humanización de los simios que se olvida en gran parte del metraje de dar el espectáculo que se espera de este tipo de películas, que es entretenimiento.
Por eso, la narración gana en ritmo cuando se producen los enfrentamientos entre humanos y simios, unas escenas que el realizador Matt Reeves (“Cloverfield”) rueda con solvencia y dejando el protagonismo en los monos, sin cargar las tintas con los efectos especiales.
Da la impresión de que Reeves ha rodado la acción para la taquilla y el lado más humano de los simios para sí mismo, pero ha fallado en lograr un equilibrio entre las dos partes de la película. Lo que no ha impedido que el filme haya conseguido en su primer fin de semana en EE.UU. una recaudación de 73 millones de dólares.