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Martes 1 de noviembre, 19:30. Mucha gente aguarda la apertura de las puertas del Salón de Exposiciones Temporarias de El Cabildo, para ver con qué sorpresas se vino Fidel Fernández. El pintor, nacido San Juan Bautista del Ñeembucú el 24 de abril de 1984, vive hace décadas en el Chaco paraguayo, específicamente en Benjamín Aceval. Y desde ahí proyecta su obra de contenido social, como seguimiento a las expresiones del pintor mexicano Diego Rivera, marido de Frida Khalo, o del argentino Antonio Berni.
Todos saben que van a ver grandes cuadros con muchos personajes delatando situaciones lacerantes. Ojos desesperados o miradas opresoras se mezclan en escenas repletas de cuerpos humanos desgarrados o desgarradores que, a veces, incomodan esa acostumbrada visión de paz que producen, en su mayoría, las “obras de arte”.
Y sí. Fidel vuelve a sorprender. Esta vez trae en sus lienzos, menos poblados de gentes, vivencias de su extensa tierra: el Chaco paraguayo. Los bosques convertidos en carbón, el accionar de los abigeos, el sacrificio de los peones, la violación de niños y la enlutada vida de una anciana viuda. Pero el tratamiento de estos temas de fuerte impacto emocional se relaja en una armonía genial, se embellece con los colores y se ficciona con el toque caricaturesco. De formación autodidacta, esta noche Fidel se ve rodeado de colegas artistas como Félix Toranzos, Margarita Morselli, Daniel Mallorquín, Osvaldo Camperchioli, Yuku Hayashi, Jorge Ocampos, Juan de Dios Valdez, cuyas presencias honran su tercera exposición individual.
En esta muestra, que continúa abierta en El Cabildo, la visión se transporta a esa atmósfera del subtexto, aquel que debe ser descubierto e interpretado por el mismo espectador. “Me interesa la narrativa dentro de la obra”, es todo lo que comenta Fidel Fernández. El resto queda a cargo del observador.