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Esta es una de las obras (aunque de publicación póstuma) más conocidas del pensador argentino nacido en Italia.
En la “Advertencia del autor” con la que José Ingenieros mismo presenta este libro, cuyo contenido califica de “sermones laicos”, se revela una intención en la idea fuerza de que cada generación renueva sus ideales: “Si este libro pudiera estimular a los jóvenes a descubrir los propios, quedarían satisfechos los anhelos del autor, que siempre estuvo en la vanguardia de la suya y espera tener la dicha de morir antes de envejecer”.
De hecho, Ingenieros murió joven, a los 48 años de edad. Pero su recado, pasajero de este volumen al que también él mismo califica como una “deontología de la moral”, ha quedado como una invocación a la juventud en su rol cuestionador de fondos y formas y de motor de la evolución del pensamiento y la acción de la humanidad.
Quizá se le pueda apuntar a Ingenieros una sacralización casi extrema de la juventud por la juventud misma, lo que conlleva a la vez una posición dura en que se cuestiona sin más ni más lo establecido, por “viejo”.
Pero hay que entender también el contexto histórico en que fue concebida esta obra, de publicación póstuma. Esta es una recopilación de escritos que Ingenieros fue publicando en forma periódica entre 1918 y 1923, es decir, entre el año de la finalización de la Primera Guerra Mundial y una época inmediatamente posterior (los “Años locos”) con profundos cambios en el mundo.
En ese marco histórico aparecen los escritos en los que Ingenieros enfatiza en “el deber de los jóvenes de descubrir la fuerza de la moral en el tiempo que les corresponde vivir, para transformar su entorno”. Por ello puntualiza en uno de sus sermones laicos que “Es de pueblos cansados contemplar el ayer en vez de preparar el mañana”.