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El pianista francés comenzó su concierto con Preludio y Nocturno, Op. 9, de Scriabin, mostrando ya desde el inicio ser dueño de una musicalidad admirable. Obviamente, algo que asombró desde un primer momento fue cómo iba sacando brillo a piano teniendo solamente cinco dedos a su disposición. Al finalizar este tema el público rompió en enérgicos aplausos.
Maxime siguió con una Fantasía, de Alcan, donde evidenció aún más su agilidad técnica. Pareciera no exigirle casi esfuerzo el pasar de las notas graves a las agudas, y con suma claridad. Fuertes aplausos y gritos de “¡bravo!” coronaron su ejecución.
Continuó con una gran interpretación de “Meditación”, tema de la ópera “Thais”, de Massenet, para pasar a la belleza y el virtuosismo de la Suite Nº 3, de Schulhoff. Aquí se pudo apreciar mucho más la corporalidad que confería a su forma de tocar. Para “Casta Diva”, de Bellini, desarrolló aún más una digitación clara pero llena de matices.
Pero el punto álgido llegó con el Concierto para piano para la mano izquierda, de Ravel, donde entregó un toque lleno de expresividad y emotividad.
Zecchini, en dicha obra, pasó por varios estados e intensidades. De lo sutil a lo enérgico, de lo calmo a lo frenético, dominando al piano, pero sobre todo imprimiendo todas las emociones que le demandaba esta grandiosa pieza.
Le otorgó a su interpretación mucho cuerpo, profundidad y pasión, llevándose una extensa ovación de pie.
Al comienzo se advirtió que Zecchini no hablaba español, pero él pudo claramente leer un agradecimiento, donde agregó incluso un “Aguyjevete”, antes de entregar, como bis (y con las dos manos) “Los paraguas de Cherburgo” y “A mi manera”.
victoria.martinez@abc.com.py