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Una propuesta artística e intelectual que está empeñada en sacar a la luz esa parte más oscura y violenta del ser humano; esa parte menos brillante pero más real e interesante que pone de relieve también las grietas emocionales de un sistema cuyas instituciones, curiosamente, no paran de premiarle.
Michel Haneke, nacido en 1942 en Múnich (Alemania) pero criado en Austria, y siempre ha dicho que su lenguaje era una reacción “contra el mainstream (la cultura de masas)”.
Y hoy, este hombre, que ha recibido el premio Príncipe de Asturias porque “ilumina y disecciona con deslumbrante maestría aspectos sombríos de la existencia como la violencia, la opresión y la enfermedad”, se ha convertido en un ídolo reverencial que llena todas las salas de cine, teatros o espacios allá adonde acude.
Su última película “Amor”, la historia de una pareja otoñal que se enfrenta a la cruda realidad de la enfermedad, con la dignidad y el amor por medio, ha sido ganadora del Óscar a la mejor película de habla no inglesa y de la Palma de Oro en Cannes, festival que adora y premia su cine.
También “La Cinta blanca”, el retrato en blanco y negro de una familia, con un padre pastor de almas de unos hijos aterrorizados, en el contexto de un pueblo cargado de prejuicios y de maldad, que es una cinta cargada de una tremenda violencia invisible pero insoportable, se llevó la Palma de Oro en Cannes.
En este certamen francés, en cuya competición oficial ha presentado la mayor parte de sus películas, igualmente su perturbadora cinta “La pianista”, con una perversa Isabelle Huppert consiguió el Gran Premio del Jurado, así como la Mejor Dirección con la desasosegante “Caché”.
Películas, todas ellas, en las que se deja ver la formación que tiene este realizador austríaco en filosofía, drama y psicología y que le permiten tener herramientas para colocar en el diván a la sociedad en su conjunto.
Perseguidor del ritmo tanto en sus películas como en las adaptaciones que ha hecho en las óperas de Mozart, “Don Giovanni” y “Cosi fan Tutte”, que se presentó en Madrid en febrero, Haneke está empeñado en sacudir conciencias.