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MADRID (EFE, por Javier Herrero). Fue George Martin, entonces responsable del sello Parlophone de EMI, quien les dio su primera oportunidad, persuadido por la pasión del propio Epstein y el genio que mostraban aquellos cuatro muchachos de Liverpool.
Todo eso quedó claro en la primera sesión de grabación en los estudios de Abbey Road, en la que se registró "Love me do", con el mismísimo Martin tras la mesa.
"Si hay algo que no os gusta, podéis decírmelo", les comentó. "Bueno, para empezar, no me gusta tu corbata", le espetó George Harrison.
La incursión de Martin en la composición y materialización de las canciones fue una constante y un elemento vital para enriquecerlas. De sobra conocido es que, desde la óptica de su formación clásica, suya fue la idea de introducir un cuarteto de cuerdas en "Yesterday" pensando en Bach y también los característicos arreglos de "Eleanor Rigby".
Los medios técnicos eran escasos en aquella época, pero de la mano de su pupilo e ingeniero de sonido Geoff Emerick y mucha imaginación, configuraron todo un universo de posibilidades en torno a la música de The Beatles que superó las limitaciones de los estudios de cuatro pistas.
Ya fuera en la edición, jugando con la velocidad para combinar dos tomas diversas en un solo sencillo ("Strawberry Fields Forever"), o como músico (haciéndose cargo del barroco solo de piano de "In my Life"), su toque y presencia es constante.
Quizás el summum de su colaboración llegó con el álbum "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band" (1967). "Fue el disco de la época y probablemente cambiara la forma de grabar, pero no lo hicimos de forma consciente", afirmó Martin.
Tras la separación siguió en la brecha, colaborando a menudo con McCartney (por ejemplo en "Ebony and Ivory", junto a Stevie Wonder, o en "Say Say Say", con Michael Jackson) y prestando su acertada visión musical a otros grandes temas, como "Goldfinger", de Shirley Bassey o "Candle in the wind", de Elton John.