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Como en las anteriores cintas, lo interesante es lo que se registra con cámaras no profesionales. Mientras en las anteriores eran cámaras de seguridad, en esta película son cámaras amateurs con las que juegan unos adolescentes. Graban tonterías, como las que se ve en “Jackass”. Pero las cosas cambian, cuando fallece una vecina, a la que acusaban de bruja. El protagonista principal, Jesse, empieza a experimentar extraños fenómenos.
El filme está dirigido por Christopher Landon, el hijo del recordado Michael Landon, y que había escrito los guiones de las tres últimas películas. La historia se desarrolla en un ambiente de hispanoparlantes, con la intención de explotar lo “exótico de lo latino”. Así la historia se llena de las supersticiones mexicanas, los rezos católicos, etcétera, pero todo con una visión estereotipada. Por un lado, es la búsqueda de un público diferente, y por otro, encontrar una nueva vuelta a una idea que ya estaba agotándose.
Al igual que “Blair Witch Project” (y un montón de películas que siguieron después), la historia está armada con imágenes como si hubieran sido captadas por un camarógrafo aficionado, con paneos rápidos, imagen temblorosa, etcétera. Un efecto realista que molesta, pero que tiene sus adeptos entre los que gustan de los filmes de terror. Para público exigente, mejor abstenerse, a no ser que quieran ganarse un dolor de cabeza por lo que cuesta la entrada al cine.
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