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PARÍS (EFE). En la última Berlinale, que le homenajeó con una de su Cámaras de Honor, la cineasta ya había avisado de que comenzaba a prepararse para decir adiós: “Se trata de frenar para encontrar la paz necesaria”, dijo, aunque advirtió, con su proverbial sentido del humor, de que todavía no se había convertido en “leyenda”.
Varda, de nacionalidad francesa, nació el 30 de mayo de 1928 en Ixelles (Bruselas). Su familia se instaló en Sète, en la costa mediterránea francesa, en 1940, desde donde saltó a París para estudiar en la Escuela del Louvre y en la Facultad de Letras de la Sorbona.
Durante diez años fue fotógrafa asociada al Teatro Nacional Popular y cuando decidió estrenarse en el cine lo hizo sin formación específica, pero con un largometraje que la convirtió en precursora de la “Nouvelle Vague”, “La Pointe Courte” (1955).
Cuando el resto de futuros integrantes de ese movimiento cinematográfico vanguardista todavía experimentaban con el cortometraje, como Jean-Luc Godard, François Truffaut, Eric Rohmer, Claude Chabrol o Jacques Demy, ella se adelantó cinco años a esa ruptura con los cánones de la narrativa dominante. Varda fue pionera por partida doble.
Impuso su menuda figura en un mundo masculino y aprovechó su eco mediático en favor de la causa feminista: en 1971 firmó el “Manifiesto de las 343” para la legalización del aborto, y en 2018, en Cannes, posó junto a otras grandes mujeres del cine para exigir igualdad y diversidad real en el sector.
La cineasta saltó de un género a otro, del documental a la fotografía, la ficción o a instalaciones artísticas, guiada por sus ganas en cada momento, y deja una carrera en la que destacan títulos como “Cléo de 5 à 7” (1962), “Le Bonheur” (1965), “Sans toit ni loi”, que le valió el León de Oro de Venecia en 1985. En 2017 recibió un premio Óscar honorífico.