'O Rei' Pele, el regatista Torben Grael (cinco medallas olímpicas en cinco Juegos) y el tenista 'Guga' Kuerten encabezan la relación de aspirantes, aunque el nombre del último relevista suele ser el secreto mejor guardado de los Juegos.
Desde que se instauró en Ámsterdam 1928 el ritual del encendido, los encargados de esa tarea han pertenecido a alguna de estas tres categorías: estrellas del deporte, jóvenes promesas o personas que reunían un simbolismo particular.
Entre estas últimas se lleva el primer premio Yoshinori Sakai, un chico nacido en Hiroshima el mismo día en que cayó la bomba atómica y que encendió el pebetero de los Juegos de Tokio en 1964.
Sin embargo, entre todos los encendidos, el que está unánimemente considerado como el más sorprendente fue el de Barcelona'92, a cargo del arquero paralímpico Antonio Rebollo, que lanzó una flecha de fuego que prendió el gigantesco recipiente.
El último encendido, el de Londres 2012, no pasará precisamente a la historia por su grandiosidad. Siete jóvenes anónimos -a los que les había pasado la llama el legendario remero Steve Redgrave- prendieron 204 dispositivos en forma de pétalo, uno por cada país participante. Los tallos se levantaron al unísono del suelo hasta formar una gran flor que quedó en medio del Estadio Olímpico.
De hecho, cuando concluyó la inauguración hubo que guardar una muestra de la llama en un farol para apagar el pebetero y trasladarlo a un extremo del estadio, a la vista solo de los espectadores de esta instalación. Por primera vez en décadas, el fuego no era visible desde el exterior.
El presidente del Comité Organizador, Sebastian Coe, se justificó asegurando que el pebetero “no se creó como una atracción para turistas”.
Ya en 1928 la construcción que albergó el fuego estaba levantada en lo alto de una torre. El diseño estuvo a cargo, como el estadio, del prestigioso arquitecto Jan Wils. El encendido, en cambio, se encomendó a un anónimo operario de la compañía eléctrica.
También en Los Ángeles 1932 prendió el pebetero un obrero que estaba oculto en las tripas del estadio.
Cuatro años después, la gigantesca operación de propaganda que montó el nazismo alrededor de los Juegos de Berlín vio en la ceremonia del encendido un momento ideal para mostrar la belleza del deportista ario.
El atleta Fritz Schilgen, que no iba a competir en los Juegos, fue elegido para esta ceremonia en virtud de su atractivo físico. La directora Leni Riefenstahl participó en el 'casting' y recogió el momento en su aclamada película 'Olympia', tan ideológicamente propagandística como estéticamente bella.
John Mark, un atleta británico especialista en los 400 m. pero sin gran historial, fue seleccionado también por su buen porte para prender el pebetero en los Juegos de Londres 1948, los primeros tras el parón olímpico por la II Guerra Mundial.
La primera gran estrella que tuvo el honor de encender el pebetero fue el inigualable Paavo Nurmi en Helsinki 1952. Tras ganar 12 medallas olímpicas (9 de oro) entre Amberes 1920 y Ámsterdam 1928, Nurmi vivía ya plácidamente retirado del atletismo cuando el primer ministro finlandés, Urho Kekkonen, le convenció de que encendiera al pebetero de los Juegos que iban a disputarse en su país.
Su entrada en el estadio sorprendió al público allí congregado, que estalló de júbilo. Las crónicas cuentan que los equipos participantes, alineados sobre el césped, se saltaron el protocolo para rodear a Nurmi y aclamarle.
El exatleta encendió el pebetero situado en mitad del estadio y compartió la llama con otro finlandés histórico, Hannes Kolehmainen (4 oros y una plata entre 1912 y 1920, ganador de Jean Bouin en los míticos 5.000 m. de Estocolmo 1912), quien encendió otro pebetero ubicado en la torre del Estadio Olímpico.
En los Juegos de Melbourne 1956 el elegido fue una promesa del atletismo, Ron Clarke, también jugador de fútbol. Murió hace poco más de un año y en numerosas ocasiones contó cómo sufrió quemaduras en la ropa y en el brazo mientras portaba la antorcha y encendía el pebetero, al que le habían abierto en exceso la salida del gas para garantizar que prendiese la llama. Ocho años después, en Tokio 1964, fue medalla de bronce en los 10.000 m.
Otro atleta, Giancarlo Peris, encendió el pebetero de Roma 1960.
Se ganó al puesto al terminar primero en una carrera campo a través convocada al efecto.
'El bebé de Hiroshima', como se apodó a Yoshinori Sakai, prendió la llama en los Juegos de Tokio en un momento de emoción extrema.
Sakai había nacido en la prefectura de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, el mismo día en que el bombardero estadounidense Enola Gay soltó la bomba atómica sobre la localidad japonesa.
Sakai tenía 19 años en 1964. Llegó a competir como atleta en los Juegos Asiáticos, pero no en los Olímpicos.
Tuvieron que llegar los Juegos de México 1968 para que se encargara a una mujer la tarea de iluminar el pebetero. Enriqueta 'Queta' Basilio, atleta especialista en 80 m. vallas, fue la seleccionada para poner luz a unos Juegos que eran los primeros que se celebraban en Hispanoamérica.
En Múnich 1972 se volvió a recurrir a una promesa del atletismo, Günter Zahn, campeón júnior de los 1.500 m., y en Montreal 1976 a dos jóvenes representantes de cada una de las dos grandes comunidades del país, el francoparlante Stéphane Préfontaine y la anglófona Sandra Henderson, de 16 y 15 años.
Una leyenda del baloncesto -por fin un deporte distinto al atletismo-, Sergei Belov, prendió el pebetero de los Juegos de Moscú 1980. Medalla de oro olímpica en 1972 y bronce en 1968, 1976 y en esa misma edición de 1980, además de campeón del mundo en 1962 y 1974, Belov había firmado 20 puntos en la histórica final de 1972, en la que Estados Unidops sufrió a manos del equipo soviético su primera derrota olímpica.
El decatleta Rafer Johnson, campeón olímpico en 1960, fue el elegido en 1984. Tras subir con paso firme la interminable escalera que conducía a lo alto del estadio, prendió unos aros que condujeron la llama hasta un pebetero con forma de chimenea.
Seúl 1988 apostó de nuevo por el simbolismo y encargó el encendido a un trío que personificaba la conjunción del deporte, la ciencia y el arte: el joven corredor de maratón Kim Won-tak, el profesor Chung Sung-man y la bailarina Sohn Mi-chung.
Los tres, con sendas antorchas que levantaban una gran humareda, se montaron en una plataforma elevadora que les acercó hasta el pebetero. Algunas palomas blancas que quisieron ver el espectáculo de cerca no salieron bien paradas cuando finalmente se prendió la llama.
Los Juegos de Barcelona'92 depararon a la historia olímpica el recordado momento de la flecha de Rebollo volando hacia el pebetero en Montjuic.
El arquero recibió la llama de manos del jugador de baloncesto Juan Antonio San Epifanio, Epi, que ofreció el fuego al cielo del Estadio Olímpico antes de acercarse a Rebollo. Este le esperaba con el arco ya armado. Prendió la flecha, buscó en el suelo una referencia para ubicarse, apuntó y disparó el proyectil. La flecha dibujó un gran arco antes de encender la gran olla que se iluminó al instante.
La muerte este año de Mohamed Alí refrescó en la memoria colectiva la inolvidable escena en la que el viejo púgil, con las huellas indisimulables de la enfermedad de Parkinson, iluminó la noche inaugural de los Juegos de Atlanta en 1996.
Pese a sus dificultades de movilidad, Ali consiguió encender sin problemas una mecha puesta a su altura, que ascendió luego por un carril hasta el pebetero que esperaba en lo alto del estadio.
En Sydney 2000 fue la atleta Cathy Freeman quien tuvo la responsabilidad de encender la hoguera, en lo que se consideró un reconocimiento a las comunidades aborígenes de Australia.
En una escenografía espectacular, Freeman prendió un disco de fuego sumergido en el agua, que se elevó sobre una rampa para quedar en lo alto del estadio.
El regatista Nikolaos Kaklamanakis, campeón olímpico en Atlanta, celebró la vuelta de los Juegos a su cuna con el encendido de un extraño pebetero en forma de aguja, que hizo balancín para ponerse a la altura del suelo y recoger la llama. Luego subió de nuevo al cielo, con el fuego ya en la punta.
Li Ning, uno de los gimnastas más plásticos de todos los tiempos, ganador de seis medallas (3 oros) en Los Ángeles 1984, voló sobre El Nido de Pekín para poner la guinda a una ceremonia grandiosa.
Ning recogió la llama en mitad del estadio y unos cables le elevaron hasta ponerle al nivel de la cornisa de estadio. Mientras el exgimnasta recorría sobre el aire el perímetro de El Nido, un pergamino se desplegaba a su paso como imagen de fondo. En el último momento prendió una vara que llevó la llama al pebetero en forma de cucurucho.
La lista de quienes han encendido el pebetero se completará el viernes con el elegido para alumbrar los Juegos de Río. Maracaná será el escenario de la inauguración, aunque la ubicación definitiva de la llama será el puerto de la ciudad, fuera de cualquier estadio, una particularidad de estos Juegos.