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Sudáfrica, un país que se dividía entre el rugby, el críquet y el fútbol, organizaba, por primera vez en África, el certamen más importante a nivel de selecciones: la Copa del Mundo. Treinta y dos países, ocho grupos, 64 partidos y, en el final, un solo campeón. Por cuarta vez seguida y luego de culminar tercero (33 puntos) en las Eliminatorias de Sudamericanas, Paraguay integraba el Grupo F junto a Italia, Eslovaquia y Nueva Zelanda.
Históricamente, la Selección Paraguaya desconocía el trayecto de este certamen más allá de los octavos de final. En Francia 1998, lo eliminó el anfitrión con un gol de oro y en Corea-Japón 2002, Alemania, que luego perdería la final contra Brasil. Era momento de torcer lo que parecía ser un destino: clasificar primero en la serie fue un respaldo anímico y futbolístico para el plantel que dirigía Gerardo Martino.
Pretoria, 29 de junio de 2010. Octavos de final y otra vez la Albirroja. ¿El rival? Japón, que fue segundo en el Grupo F y con Honda como una de sus figuras, se encontraba con un equipo que tenía la misma sed de gloria. El estadio Loftus Versfeld sería testigo de una noche inolvidable para unos pocos allí, pero sentiría la felicidad de millones que anhelaban quebrar la historia desde miles de kilómetros.
Pitó el belga Frank de Bleeckere, hoy retirado, y el partido en sus interminables y tensos 120 minutos culminó 0–0. Paraguayos y japoneses lo definirían desde los penales: para algunos, una lotería; pero para otros, una mezcla de capacidad y personalidad. El sorteo ubicó a la Albirroja como primera en la ejecución y la tanda comenzó.
Fue Édgar Barreto y anotó; Endo igualó la serie. Turno de Lucas Barrios y gol (la pelota se metió en el único espacio que había entre el palo y la mano del portero); Hasebe volvía a empatar. Momento de Cristian Riveros: el gol lo gritó con alma y vida como sacándose un peso de encima; Komano fue el tercero y reventó el tiro contra el travesaño, que sigue temblando siete años después. Con el 3–2, le tocó a Nelson Haedo Valdez, quien evitó sutileza y remató con fuerza al medio del arco. 4–2 y presión para los rivales. Llegó Honda y definió como si estuviera en un entrenamiento. 4–3 y la serie se podía terminar en los pies del siguiente ejecutor.
Fue el camino más largo para Óscar Cardozo hacia un balón: en su pierna zurda estaba la clasificación. Un Mundial lo es todo. Cuántas cosas abran pasado por su cabeza mientras ubicaba la pelota, se acomodaba para definir y se iba con la decisión de un ángulo para la ejecución final. Larga carrera y luego una pausa que aceleraba el corazón o lo detenía, que ilusionaba y hacía derramar lágrimas antes del llanto. Pie de apoyo firme, mente fría, interior del pie izquierdo bien abierto y el balón, que recibió una caricia y un recado de gol, se metió en el arco. ¡Paraguay a cuartos de final!