Cara y cruz de la exploración espacial, que en 2016 ensanchó fronteras con la llegada de Juno a Júpiter.
El cuarto planeta del Sistema Solar siguió ocupando titulares y el presidente saliente de Estados Unidos, Barack Obama, reiteró el objetivo de mandar una misión tripulada de ida y vuelta a Marte en 2030.
Pero toda empresa humana de gran envergadura sufre reveses y la tecnología le jugó una mala pasada a Schiparelli, que tuvo en vilo a la comunidad científica durante horas mientras esperaban a que el módulo enviara una señal que nunca llegó.
El pequeño módulo formaba parte de la misión Exomars, en la que colaboran Europa y Rusia, que el pasado 19 de octubre pasado colocó sobre Marte un Orbitador Gases Traza (OGT). Pero ese día su objetivo más visible era aterrizar en Marte a Schiaparelli, un evento que siempre provoca el interés del gran público y que se transmitió en directo por internet.
Aún es pronto para asegurar qué fue mal, pero se cree que un fallo en el sistema de medición pudo ser el desencadenante, al generar una información que hizo creer a la nave que estaba en suelo marciano cuando se encontraba a 3,7 kilómetros de altura.
Los miembros de Exomars minimizaron el incidente al asegura que el trágico fin de Schiaparelli, cuya misión era realizar pruebas científicas mientras tuviera batería, no hacía de la misión un fracaso, pues el OGT estaba en órbita y tenían todos los datos enviados por el módulo durante el descenso.
El aterrizaje del módulo era una misión de gran complejidad, por eso cuando los minutos pasaban y la gran pantalla de la sala de control seguía en negro, la cara de los expertos se mudó en callada y nerviosa preocupación, tras haber celebrado poco antes que el OGT había entrado en órbita.
Lo que sí celebró la comunidad científica el 30 de septiembre fue el final de la misión de Rosetta, que se posó en el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko con tal precisión que solo se desvió 33 metros del punto elegido. 40 minutos después y a 720 millones de kilómetros de la Tierra la sonda se apagó.
La misión de la ESA había comenzado doce años antes cuando Rosetta fue a la caza del cometa para colocarse en su orbita y acompañarlo en su trayectoria alrededor del Sol. Una misión no exenta de problemas, pero que supuso importantes logros tecnológicos y descubrimientos científicos. Analizar e interpretar todos los datos de Rosetta y su módulo Philae llevará años, pero responderán a preguntas que los técnicos ni siquiera se han siquiera planteado, según la ESA.
Este año la exploración espacial amplió sus fronteras con la llegada a la órbita de Júpiter, tras cinco años, de la sonda de la Nasa Juno, el ingenio humano que más se ha acercado al planeta y que le orbitará durante dos años, hasta que choque con él de manera controlada.
Las fronteras del conocimiento de espacio también se ensancharon este año con la confirmación, en febrero, de la existencia de las ondas gravitacionales, que ya predijo Albert Einstein hace un siglo en su Teoría de la Relatividad General. Un descubrimiento de primera magnitud que abre una nueva ventana al Universo y una nueva era en la astronomía.
La NASA también lanzó la sonda Osiris-Rex, que tras un viaje de cinco años llegará al asteroide Bennu, calificado de potencialmente peligroso por su trayectoria que podría hacerle chocar con la Tierra entre 2175 y 2199. Su misión será recogerá muestras de superficie y traerlas de vuelta, además de estudiar su forma, tamaño y su órbita.
El año acabó con una noticia, cuanto menos curiosa, el lanzamiento a la estratosfera, en un globo aerostático, de un pastel de carne y patata para cocinarlo con las altas temperaturas que alcanzará en su reentrada a la Tierra.
La iniciativa del grupo inglés SentIntoSpace considera que el pastel se congelará durante el trayecto hacia los 30 kilómetros altura, pero se cocinará gracias a la “enorme velocidad” que adquirirá en el descenso. Y es que la exploración espacial se compone de grandes y pequeños pasos.