A pocos metros bajo la superficie, en las aguas frías y templadas del planeta, se extienden bosques de algas marinas que rivalizan en complejidad con las selvas tropicales.
Formados por kelps y otras macroalgas, estos ecosistemas sostienen pesquerías, protegen costas, alimentan cadenas tróficas y podrían ser aliados cruciales en la lucha contra el cambio climático.
Sin embargo, el calentamiento del océano y otras presiones los están empujando a un punto de inflexión en varios rincones del mundo.
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Ingenieros del océano
Los bosques de kelp no son plantas vasculares sino grandes algas pardas capaces de crecer decenas de centímetros por día.
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Ancladas al fondo por rizoides, elevan frondas hacia la luz y crean una arquitectura submarina tridimensional que amortigua el oleaje y multiplica los refugios para peces, invertebrados y aves marinas.
Desde California hasta Noruega, y desde Chile hasta Sudáfrica, su distribución abraza buena parte de las costas templadas.
Su valor ecológico se traduce en economía. Al proveer hábitat y alimento para especies comerciales, sostienen pesquerías costeras y empleos asociados.
También estabilizan sedimentos, reducen la erosión y atenúan el impacto de tormentas, beneficios que se vuelven más críticos ante la intensificación de eventos extremos vinculados al cambio climático.
Carbono azul: promesa y matices
El llamado “carbono azul” ha situado a manglares, marismas y pastos marinos en la agenda climática por su capacidad de capturar y almacenar carbono en sedimentos durante siglos.

Las macroalgas, pese a no enterrar carbono en el mismo lugar, capturan CO₂ mediante fotosíntesis y exportan parte de esa biomasa fuera del bosque: a playas, cañones submarinos y aguas profundas.
Ahí radica su potencial y también la cautela científica. Investigaciones de la última década sugieren que una fracción relevante del carbono de macroalgas podría hundirse y almacenarse en el océano profundo durante largos periodos.
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No obstante, cuantificar con precisión esa fracción, evitar la doble contabilización y distinguir entre almacenamiento duradero y ciclos cortos de remineralización siguen siendo retos abiertos.
Por ello, varios marcos de contabilidad climática aún no incluyen de manera plena a las macroalgas, aunque crece el consenso sobre su papel en el balance global de carbono y en la resiliencia costera.
Biodiversidad y servicios ecosistémicos
Más allá del carbono, los bosques de algas:
- Albergan una alta biodiversidad y funcionan como viveros para juveniles de peces.
- Amortiguan oleaje y corrientes, disminuyendo daños a infraestructura costera.
- Mejoran la calidad del agua al absorber nutrientes, ayudando a mitigar eutrofización local.
- Contribuyen a la seguridad alimentaria y a economías locales mediante pesca, recolección artesanal y acuicultura responsable.
- Favorecen el turismo de naturaleza y el buceo recreativo.
Estos beneficios, difíciles de sustituir, son un argumento poderoso para su conservación independientemente de las incertidumbres sobre su contabilidad de carbono.
Amenazas en aumento
El calentamiento del océano y las olas de calor marinas han desencadenado colapsos regionales. En el norte de California, la combinación de una ola de calor marina, la mortandad masiva de estrellas de mar depredadoras de erizos y la explosión de estos herbívoros transformó bosques de kelp en “desiertos” de erizos.
En Tasmania, el incremento sostenido de la temperatura y la llegada de especies tropicales han reducido drásticamente los bosques de kelp gigante.
A esto se suman la contaminación, la sobrepesca de predadores clave, el arrastre de fondo, las especies invasoras y fenómenos como El Niño, que alteran nutrientes y patrones de circulación.
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La sinergia entre presiones agrava el panorama: cuando se pierde el dosel de algas, el ecosistema puede quedar atrapado en estados alternativos difíciles de revertir sin intervención, con menos biodiversidad y menor capacidad de proveer servicios.
Restauración y manejo: de la recolección a la ciencia de punta
Frente a las pérdidas, surgen estrategias de manejo y restauración con distintos grados de madurez:
- Control de herbívoros: la extracción dirigida de erizos o la recuperación de sus depredadores naturales (lobos, peces, estrellas) ayuda a romper el círculo de sobrepastoreo.
- Trasplantes y “green gravel”: la siembra de juveniles adheridos a sustratos y el esparcimiento de “grava verde” con esporas han mostrado resultados prometedores en sitios piloto.
- Mejora genética y selección asistida: la identificación de genotipos más tolerantes al calor busca incrementar la resiliencia, aunque suscita debates sobre riesgos y gobernanza.
- Acuicultura de algas: cuando se diseña con criterios ecológicos, puede proveer materia prima, aliviar presión sobre poblaciones silvestres y ofrecer co-beneficios locales (como reducción de nutrientes). Propuestas para cultivar y hundir biomasa con fines de secuestro de carbono requieren evidencia robusta y marcos regulatorios para evitar impactos no deseados y asegurar adicionalidad y permanencia.
- Gobernanza local: en países como Chile, los sistemas de áreas de manejo y co-gobernanza con sindicatos pesqueros han mejorado el control de cosechas y la vigilancia, integrando conocimiento local e indígena.
La escala es el gran desafío. Restaurar parches es viable; recuperar kilómetros de costa exige financiación sostenida, monitoreo, participación comunitaria y políticas públicas coherentes con la adaptación al cambio climático.
Lo que está en juego
Proteger y recuperar los bosques de algas marinas no es solo una cuestión de carbono. Es defender una infraestructura natural que sostiene alimentos, empleo, protección costera y biodiversidad en un océano que cambia aceleradamente.
La ciencia ha dejado claro que estos bosques son aliados potentes, pero no inmunes. Su futuro dependerá de recortar emisiones, reducir presiones locales, escalar restauración basada en evidencia y consolidar marcos de gobernanza que reconozcan su valor sin caer en soluciones simplistas.
En el borde entre agua y luz, los bosques de algas siguen creciendo en silencio. Que sigan cumpliendo su papel como diques de vida frente a la crisis climática será, en buena medida, una decisión humana.
