En cuanto cae la tarde en los bosques tropicales del sur de Asia, un perfil alargado surca silencioso los claros y cursos de agua. Son apenas un par de penachos que asoman de la cabeza, un vuelo bajo y un llamado profundo que resuena desde la penumbra. Es el chotacabras orejudo (Lyncornis macrotis), una de las aves nocturnas más singulares de la familia Caprimulgidae y, para muchos naturalistas, la estampa misma del misterio forestal.
Un “orejudo” sin orejas
El apodo lo debe a dos llamativos mechones de plumas que emergen de la cabeza como si fueran orejas. No son órganos auditivos, ni los usa para escuchar: cumplen un papel visual, probablemente en exhibiciones y camuflaje.
Lea más: Conocé a Curupira, personaje mitológico tupi-guaraní que es mascota de la COP30
Entre los caprimúlgidos, el chotacabras orejudo destaca por su tamaño: es uno de los más grandes del grupo, con una cola muy desarrollada que acentúa su silueta fantasmagórica cuando vuela al filo del anochecer.

Su plumaje es un mosaico de ocres, grises y negros que replica con asombrosa precisión la hojarasca del suelo. De día, ese traje lo vuelve casi invisible cuando descansa inmóvil entre las sombras del sotobosque.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Un cazador de la penumbra
Como sus parientes, es estrictamente nocturno. Caza al vuelo insectos de buen porte —sobre todo polillas y escarabajos—, que detecta en la tenue luz del crepúsculo gracias a sus enormes ojos y a una boca descomunal bordeada por cerdas rígidas (los llamados “bigotes” o vibrisas), que funcionan como un embudo aéreo.
Sus alas están adaptadas al planeo silencioso, y suele patrullar bordes de bosque, claros y riberas, donde los insectos se concentran.

Un detalle que desconcierta a quien lo observa por primera vez: al posarse, no cruza el tronco como la mayoría de las aves, sino que se alinea longitudinalmente con la rama o, a menudo, se posa directamente en el suelo. Ese ángulo reduce su silueta y, combinado con el plumaje críptico, lo “borra” del entorno.
Lea más: Descubrí al gato andino: un tesoro escondido en las alturas extremas de Sudamérica
Cría minimalista y camuflaje extremo
El chotacabras orejudo es un minimalista convencido: no construye nido. La hembra deposita un único huevo directamente sobre el suelo, en una depresión entre hojas secas.
La estrategia es confiar en el camuflaje. Los pollos, moteados como el suelo, permanecen inmóviles al menor indicio de peligro. Si un intruso se acerca demasiado, los adultos recurren a tácticas de distracción —desde un vuelo tambaleante hasta aparentar una lesión— para atraer al depredador lejos de la cría.
En noches cálidas, puede observarse el “gular flutter”: una rápida vibración de la garganta que ayuda a disipar calor sin malgastar agua, un truco fisiológico útil en climas tropicales húmedos.
Dónde vive el chotacabras
Su distribución abarca franjas del sur y el sudeste de Asia, desde selvas siempreverdes hasta bosques secundarios con densa cobertura.
Prefiere áreas con sotobosque bien desarrollado y acceso a claros o quebradas, elementos clave para su estilo de caza. Aunque en general es residente, puede realizar movimientos locales en función de la disponibilidad de insectos y de la perturbación del hábitat.
Lea más: Casuario: el ave que conecta el presente con los dinosaurios del pasado
Una voz que delata al fantasma
Mientras el ave permanece invisible, su presencia se adivina por la voz: una serie de notas graves y resonantes que se elevan al atardecer y antes del amanecer. En muchas regiones, ese canto profundo alimentó leyendas sobre espíritus del bosque.
El vínculo del grupo con el ganado —reflejado en el nombre de la familia, Caprimulgidae, “ordeñadores de cabras”— proviene de antiguos mitos europeos que atribuían a los chotacabras el hábito de mamar de los rebaños; en realidad, solo se acercaban a los corrales para aprovechar enjambres de insectos.
Estado de conservación y desafíos
La especie está catalogada globalmente como de preocupación menor, pero la etiqueta no debe llevar a engaño. La pérdida y fragmentación de bosques tropicales reduce su hábitat y puede mermar poblaciones locales.
Como ave mayormente nocturna, suele subestimarse en censos diurnos; por eso, los monitoreos bioacústicos y las observaciones crepusculares son claves para entender su situación real.
La ciencia ciudadana tiene un papel creciente: registrar su canto o un avistamiento confiable en plataformas de biodiversidad ayuda a cartografiar su presencia y a detectar cambios en el tiempo.
El arte de pasar desapercibido
Si el chotacabras orejudo tiene una lección que enseñarnos, es la de la sutileza.
Sobrevive gracias a la paciencia, el camuflaje y el silencio, habilidades que perfeccionó a lo largo de millones de años de evolución.
En un mundo cada vez más ruidoso y luminoso, su vida discreta —hecha de vuelos rasantes, vibraciones de garganta y penachos engañosos— recuerda que los mayores secretos del bosque se revelan en los márgenes de la luz.
