En medio siglo, el mapa de la salud global cambió de forma profunda. La carga de enfermedad, antes dominada por infecciones agudas y mortalidad infantil, se desplazó hacia padecimientos crónicos asociados al envejecimiento, los hábitos de vida y la urbanización.
Los datos de organismos internacionales y grandes estudios poblacionales convergen: han aumentado, en volumen y relevancia, las enfermedades no transmisibles —como la obesidad, la diabetes, varios tipos de cáncer y las demencias—, sin que ello implique la desaparición de amenazas infecciosas, que incluso en algunos frentes han repuntado.
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Un giro epidemiológico sostenido
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que las enfermedades no transmisibles (ENT) son responsables de cerca del 74% de las muertes en el mundo.

Esta transición comenzó a mediados del siglo XX, pero se aceleró en las últimas cinco décadas por el crecimiento y envejecimiento poblacional, la urbanización, los cambios en la dieta, el sedentarismo y la exposición a contaminantes.
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Ese cambio estructural explica que muchas curvas “crezcan” en términos absolutos: más personas viven lo suficiente para desarrollar enfermedades crónicas. Pero incluso al ajustar por edad, varias condiciones muestran aumentos marcados de prevalencia.
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Las curvas que más subieron
- Obesidad: es la tendencia más consistente y documentada. La prevalencia mundial casi se ha triplicado desde 1975, según la OMS. El aumento afecta a niños y adultos, y se observa en países de ingresos altos, medios y, cada vez más, bajos. La expansión del entorno alimentario ultraprocesado, el sedentarismo y factores socioeconómicos explican buena parte del salto.
- Diabetes tipo 2: de la mano de la obesidad y el envejecimiento, la diabetes se disparó. El número de adultos con diabetes pasó de poco más de 100 millones en 198 a más de 500 millones en la última década, según estimaciones internacionales. Además de las complicaciones cardiovasculares, renales y neurológicas, su crecimiento arrastra otros aumentos, como el de la enfermedad renal crónica.
- Enfermedad renal crónica (ERC): la ERC avanzó de forma sostenida, impulsada por la diabetes y la hipertensión. Hoy se considera una de las principales causas de muerte prematura. En muchos países, los requerimientos de diálisis y trasplante crecieron por encima de la capacidad de los sistemas de salud.
- Enfermedades cardiovasculares: siguen siendo la primera causa de muerte. En muchos países de ingresos altos, las tasas ajustadas por edad bajaron gracias al control del tabaco, la hipertensión y los avances terapéuticos. Pero el aumento poblacional y los cambios de estilo de vida en países de ingresos medios elevaron el número absoluto de eventos.
- Cáncer: los nuevos diagnósticos aumentaron en términos absolutos por crecimiento y envejecimiento de la población, además de cambios en exposiciones (tabaco, alcohol, dieta, infecciones oncológicas). Al ajustar por edad, hay comportamientos mixtos: descensos marcados en cáncer de pulmón masculino donde se redujo el tabaquismo; aumentos en cáncer colorrectal en adultos jóvenes en varios países; alzas en hígado y páncreas asociadas a obesidad, hepatitis y otros factores.
- Demencias: el número de personas con demencia se ha multiplicado al compás del envejecimiento. La OMS estimaba alrededor de 55 millones de casos a fines de la década de 201, con proyecciones de más del doble para mediados de siglo. La prevalencia aumenta con la edad, y la supervivencia más prolongada expone a más personas al riesgo.
- Trastornos mentales: la depresión y la ansiedad ganaron visibilidad y carga. La OMS calcula que cientos de millones de personas viven con depresión, principal causa de años vividos con discapacidad en muchos países. Parte del aumento responde a mejor detección y menor estigma, pero también influyen factores sociales y económicos, y, recientemente, los efectos de crisis como la pandemia.
- Enfermedades hepáticas metabólicas: la enfermedad por hígado graso no alcohólico, vinculada a la obesidad y la resistencia a la insulina, pasó de ser rara a afectar a cerca de una cuarta parte de la población global, con un incremento de casos de esteatohepatitis no alcohólica y cirrosis asociada.
- Enfermedades respiratorias crónicas: el EPOC se consolidó entre las principales causas de muerte global. El tabaquismo sigue siendo el mayor impulsor, pero la contaminación del aire —incluida la doméstica por combustibles sólidos— también pesa. El asma aumentó su prevalencia en varias regiones desde los años 70, con posterior estabilización en algunos países.
- Enfermedades autoinmunes y alergias: asma, dermatitis atópica y alergias alimentarias son más frecuentes que hace décadas, especialmente en entornos urbanos. El aumento de diagnósticos y la “hipótesis de la higiene”, junto con cambios ambientales, se han propuesto como explicaciones. Algunas enfermedades autoinmunes (como la enfermedad celíaca y la tiroiditis autoinmune) muestran aumentos de notificación.
Infecciones: lo que no retrocede (y lo que volvió)
El avance contra infecciones clásicas como el sarampión, la polio y muchas enfermedades diarreicas ha sido notable gracias a la vacunación, el acceso a agua segura y los antibióticos.

Pero en 50 años también surgieron y crecieron nuevas amenazas:
- VIH/sida: emergió en los 80 y se convirtió en una de las principales causas de muerte global hasta que la terapia antirretroviral cambió el curso de la epidemia. La incidencia bajó desde su pico, pero la carga sigue siendo alta en varias regiones.
- Dengue y otros arbovirus: el dengue se expandió dramáticamente, con un aumento de casos múltiples veces desde inicios de siglo, impulsado por la urbanización, la movilidad y el cambio climático que favorece al vector Aedes.
- Patógenos resistentes a los antimicrobianos: la resistencia se consolidó como una de las mayores amenazas sanitarias. Un análisis global estimó más de un millón de muertes anuales directamente atribuibles a la resistencia bacteriana, con impactos crecientes en infecciones comunes.
- Reemergencias y nuevas zoonosis: covid-19 mostró la vulnerabilidad a nuevas pandemias. La tuberculosis, que venía en descenso, experimentó retrocesos durante la pandemia por interrupciones en diagnóstico y tratamiento.
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Por qué crecieron: del entorno a la evidencia
- Envejecimiento y crecimiento poblacional: más personas alcanzan edades de riesgo para enfermedades crónicas.
- Transiciones de estilo de vida: mayor consumo de alimentos ultraprocesados, sedentarismo y urbanización acelerada.
- Exposición ambiental: aire contaminado, cambios climáticos que amplían territorios de vectores y olas de calor que agravan enfermedades cardiovasculares y renales.
- Determinantes sociales: desigualdades en ingreso, educación y acceso a salud que amplifican riesgos y limitan la prevención.
- Mejor diagnóstico y cambios en criterios: parte del “crecimiento” refleja más tamizajes y definiciones más sensibles. Ocurre en autismo, trastornos de aprendizaje y algunos cánceres detectados por cribado.
- Avances terapéuticos: paradójicamente, al reducir la mortalidad temprana por una enfermedad, aumentan los años vividos con otras condiciones crónicas.
Un mapa desigual
La carga no crece por igual. En países de ingresos altos, las tasas ajustadas de mortalidad por cardiopatía bajaron, pero aumentan obesidad y diabetes.
En economías emergentes, la rápida transición nutricional y la urbanización elevan la prevalencia de ENT sin que los sistemas de salud se hayan adaptado.
En regiones tropicales y zonas rurales, persisten infecciones transmisibles a la vez que irrumpen las crónicas: la “doble carga” que estresa presupuestos y capacidades.
El veredicto de medio siglo es claro: las enfermedades ligadas a la forma en que vivimos, trabajamos y envejecemos crecieron más que ninguna otra. Revertir esa inercia no depende solo de decisiones clínicas individuales, sino de políticas públicas que hagan más fácil —y accesible— elegir entornos y conductas saludables, sin perder de vista las amenazas infecciosas que, como ha demostrado la historia reciente, nunca están del todo superadas.
