La mayoría de las personas ve el mundo en tres canales de color. Para una minoría, sin embargo, la paleta podría ser más amplia: la tetracromacia describe la capacidad de percibir colores a través de cuatro tipos de receptores en la retina.
Aunque el concepto ha capturado la imaginación popular, su realidad científica es más matizada y plantea preguntas sobre cómo el ojo y el cerebro construyen la experiencia del color.
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Un cuarto canal para el color
La visión humana típica es tricromática: se apoya en tres clases de conos sensibles a diferentes longitudes de onda —corta (azules), media (verdes) y larga (rojas)—.
La tetracromacia añade una cuarta clase de cono con una sensibilidad espectral distinta. En condiciones adecuadas, ese cuarto canal puede permitir distinguir variaciones cromáticas que para un tricromata son idénticas.
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Esta ventaja no implica “ver un nuevo color” completamente ajeno a la experiencia humana, sino resolver con mayor finura diferencias dentro de gamas ya conocidas, especialmente en tonos cercanos entre sí, como ciertos rojos y verdes, o matices en sombras y reflejos.
Bases biológicas y quiénes podrían tenerla
El origen más citado de la tetracromacia humana está en la genética. Los genes que codifican los pigmentos de los conos sensibles a rojos y verdes (OPN1LW y OPN1MW) residen en el cromosoma X.
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Variaciones y duplicaciones en esa región pueden dar lugar a pigmentos con curvas de sensibilidad ligeramente desplazadas. En mujeres, que poseen dos cromosomas X, es posible que distintas variantes se expresen en diferentes grupos de conos, creando cuatro clases funcionales.
Esto no garantiza, por sí solo, una percepción tetracromática. Para que ese cuarto cono “cuente”, el sistema visual debe aprovechar su señal.
La corteza visual tiene que aprender a separar y usar esa dimensión adicional, algo que no siempre ocurre. Por eso se distingue entre tener cuatro tipos de cono (una condición anatómica) y ser tetracromata funcional (una capacidad perceptiva demostrable).
¿Cuán frecuente es?
Las estimaciones varían. Algunos trabajos han sugerido que un porcentaje apreciable de mujeres podría portar cuatro tipos de cono por razones genéticas, pero solo una fracción menor mostraría ventajas medibles en tareas rigurosas de discriminación cromática.
En hombres, es más raro por la configuración del cromosoma X, aunque no imposible en casos infrecuentes de reordenamientos genéticos.
La falta de cifras únicas refleja la complejidad del fenómeno: la frecuencia depende de cómo se defina la tetracromacia y de qué tan estrictos sean los criterios para considerarla funcional.
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Cómo se detecta de verdad
Las pruebas en línea y los tests basados en gradientes sutiles no son concluyentes. La evaluación científica recurre a métodos psicofísicos controlados que presentan “metámeros”: estímulos que un tricromata no puede diferenciar porque producen la misma combinación de respuestas en tres conos, pero que un tetracromata sí distinguiría gracias al cuarto canal.
Estas tareas se realizan en laboratorios, con iluminación calibrada y medidas repetidas para descartar sesgos de aprendizaje o pistas no cromáticas.
En paralelo, técnicas de imagen y genética pueden aportar evidencia indirecta sobre la presencia de diferentes pigmentos, aunque no sustituyen la evaluación perceptual.
Luces, contexto y cerebro: factores decisivos
La supuesta ventaja tetracromática no es constante. Depende de la iluminación, del contraste espacial, de la adaptación del ojo y del ruido visual del entorno.
También interviene la experiencia: el sistema visual aprende a usar estadísticas del mundo para interpretar colores. Un cuarto canal puede ofrecer más datos, pero el cerebro debe “invertir” en interpretarlos.
Por eso hay testimonios de personas que reportan ver diferencias en esmaltes, textiles o cosméticos que otros no perciben, y otras que, aun con cuatro tipos de cono, no muestran ventajas claras fuera del laboratorio.
Aplicaciones y límites
En campos donde la discriminación cromática fina importa —reproducción de color, restauración de arte, control de calidad, dermatología— algunas personas con percepción ampliada podrían tener ventajas prácticas.
Aun así, la cadena completa de color (iluminación, captura, pantallas, impresión) suele estar ajustada al estándar tricromático, lo que limita cuánto puede “salir” a relucir una sensibilidad extra.
En la vida cotidiana, la tetracromacia no supone un “superpoder”. No crea colores imposibles para los demás, sino que refina fronteras ya presentes. También puede traer inconvenientes, como percibir desajustes en displays o tintes que otros consideran neutros.
Más allá de los humanos
La tetracromacia es común en el reino animal. Muchas aves, peces y reptiles poseen cuatro e incluso más tipos de cono, a veces con filtros aceitosos que afinan la selectividad espectral.
Algunas especies ven en el ultravioleta, una región fuera del rango humano. Comparar estos sistemas ayuda a entender cómo la ecología y la evolución moldean la visión del color.
Mitos frecuentes
- No hay pruebas de que la tetracromacia permita ver “nuevos colores fundamentales” más allá del espacio perceptual humano, sino distinguir más matices.
- No se puede diagnosticar de manera fiable con juegos virales o imágenes compartidas en redes.
- No está restringida a artistas o mujeres, aunque las mujeres son candidatas más probables por razones genéticas.
Qué falta por saber
Queda por definir con precisión cuántas personas integran señales de un cuarto cono en su vida diaria, cómo se desarrolla esa capacidad durante la infancia y bajo qué condiciones se expresa mejor.
Avances en genética, óptica de alta resolución y psicofísica podrían afinar el mapa de la tetracromacia, separando el fenómeno real del mito.
En síntesis, la tetracromacia es una posibilidad biológica plausible y fascinante en humanos, confirmada en casos puntuales con métodos exigentes. Su impacto perceptual, sin embargo, es discreto, dependiente del contexto y mucho más cercano a una sensibilidad mejorada que a una revolución del color.
