Un casco huesudo, patas capaces de despedazar y un plumaje tan rígido como primitivo: el casuario, habitante de las selvas de Nueva Guinea y el noreste australiano, carga con un rótulo tan llamativo como discutido: “el ave más parecida a un dinosaurio”.

Más allá del eslogan, su biología y su árbol genealógico explican por qué se ha convertido en el emblema viviente del pasado terópodo.
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Un linaje que une selvas modernas con terópodos antiguos
Todas las aves son dinosaurios en sentido estricto: descienden de terópodos manirraptores, el grupo que incluye a velociraptores y parientes cercanos. Los casuarios pertenecen al grupo paleognato de las “ratites”, junto con avestruces, emúes y kiwis.
En este clado, la combinación de gran tamaño, incapacidad de volar y rasgos anatómicos “primitivos” (como un paladar paleognato) les ha dado un aura arcaica.
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Pero el casuario destaca por su silueta: cuello y cabeza desnudos, un casco sobresaliente y patas musculosas con garras curvadas.
La comparación con terópodos corre sola: como sus ancestros remotos, es un corredor terrestre, de hábitos solitarios y armado en los pies.
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Su parentesco con los velociraptores no es directo —ningún ave moderna desciende de ese género en particular—, pero sí comparten el linaje manirraptoriano del que surgieron las aves.
El casco: antena acústica, radiador térmico o símbolo sexual

La corona del casuario, una estructura cubierta por una vaina de queratina sobre un núcleo poroso con base ósea, ha generado múltiples hipótesis.
- Señal acústica y sensorial: los casuarios emiten vocalizaciones de muy baja frecuencia que se propagan por la densa selva. El casco podría actuar como resonador o facilitar la detección de vibraciones, ayudando a comunicarse a larga distancia entre la vegetación.
- Protección y “abre-caminos”: su forma rígida amortigua golpes al desplazarse entre lianas y ramas, y podría reducir el riesgo de lesiones en carreras a alta velocidad.
- Termorregulación: estudios térmicos en ratites sugieren que estructuras vascularizadas funcionan como ventanas de disipación de calor; en climas húmedos y cálidos, el casco colaboraría en mantener la temperatura corporal.
- Selección sexual y edad: el tamaño y la forma varían con el individuo y la edad, lo que sugiere un papel en el reconocimiento y la elección de pareja.
Probablemente la respuesta sea múltiple: una estructura que evolucionó como solución a varios problemas de la vida en la selva.
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Patas como armas: garras con eco de depredadores mesozoicos
El casuario posee tres dedos robustos; el interno exhibe una garra en forma de daga que puede superar los 10 centímetros.

Sus patadas son lo bastante potentes como para abrir la piel de un mamífero grande e incluso causar la muerte de un humano, algo documentado en casos desafortunados de encuentros defensivos.
La analogía con los terópodos depredadores, en especial los dromeosáuridos como Velociraptor, es tentadora: ellos portaban una gran garra retráctil en el segundo dedo. Aunque la biomecánica y la forma exacta difieren, el paralelismo funcional —armas pedales para golpear, desgarrar o disuadir— subraya la continuidad evolutiva de diseños eficaces.
Un plumaje rígido que remite a etapas tempranas
A diferencia de las plumas aerodinámicas de aves voladoras, el casuario luce un manto negro, áspero y “peludo”.
Cada pluma suele presentar un doble raquis emergiendo de una misma base y carece de barbillas enganchadas, lo que le confiere un aspecto deshilachado y rígido. Este diseño protege del agua y la vegetación densa sin añadir resistencia aerodinámica.
En su textura y simplicidad aparente recuerda, de forma superficial, a las estructuras filamentosas que se observan en fósiles de terópodos no avianos, consideradas etapas tempranas en la evolución de la pluma moderna.
Padres con casco: cuando el macho cría solo
En una inversión de roles poco común entre aves grandes, el macho de casuario se encarga de casi todo: incubar durante aproximadamente 50 días y cuidar a los polluelos durante meses, guiándolos por el bosque y defendiéndolos con fiereza.

Las hembras, más grandes y dominantes, pueden aparearse con varios machos a lo largo de la temporada.
Este patrón de paternidad principal se observa también en otros paleognatos como el emú y algunos kiwis, pero contrasta con la norma general en aves grandes, donde las hembras suelen cargar con la mayor parte del esfuerzo parental.
Territorialidad y reputación: el “pájaro más peligroso” no busca pelea
La fama de agresivo del casuario nace de su contundencia cuando se ve acorralado. Es un animal solitario y territorial; defiende caminos de forrajeo y, sobre todo, a sus crías.

En la mayoría de los encuentros humanos, prefiere evitar el conflicto. La agresión suele desencadenarse por acoso, intento de alimentación directa que habitúa a los animales a acercarse, o cuando alguien se interpone entre un adulto y sus polluelos.
La mejor estrategia de convivencia es mantener distancia, no alimentarlos y permitirles rutas de escape.
¿Qué lo hace único entre sus primos paleognatos?
Comparado con el avestruz de sabana —más alto, de dos dedos y especializado en la velocidad en espacios abiertos—, y con el emú —corredor de llanuras australianas—, el casuario es un gigante forestal, adaptado a moverse con sigilo entre sombras y a comunicarse en frecuencias graves.
Frente al kiwi, pequeño, nocturno y con un olfato excepcional, el casuario representa el extremo opuesto: coloración facial llamativa, gran tamaño y un papel clave como dispersor de semillas de frutos grandes, función ecológica insustituible en sus selvas de origen.
Su casco multifunción, la garra interior formidable, el plumaje rígido, el retumbar grave de sus llamadas y la paternidad devota trazan un retrato único. No es un dinosaurio “sobreviviente” en el sentido popular, pero encarna, quizá como ningún otro ave, la persistencia de estrategias evolutivas originadas en la Era Mesozoica y refinadas para una vida entre selvas densas y senderos ocultos.