El lado oscuro del oro: cuando la riqueza pesa más que el planeta
Detrás del fulgor dorado hay historias de ríos contaminados, bosques arrasados y comunidades enteras afectadas. Hay impactos profundos —y a menudo invisibles— de esta actividad minera.
Todo comienza con el agua. La minería de oro requiere cantidades enormes para separar el metal del resto del material.
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En el proceso, se utilizan sustancias tan tóxicas como el cianuro y el mercurio. Estos químicos pueden filtrarse fácilmente a los ríos cercanos, afectando no solo a peces y plantas, sino también a las personas que dependen de esa agua para vivir.
Luego está la tierra. Para llegar al oro, se remueve la vegetación y se transforma por completo el paisaje. Bosques, humedales y otros ecosistemas desaparecen, llevándose con ellos a cientos de especies. Es un cambio que muchas veces no tiene vuelta atrás.
Y lo que sigue es la erosión: el suelo, ya sin raíces que lo sostengan, se va desgastando hasta volverse estéril. Las lluvias arrastran la tierra suelta y la depositan en ríos y lagunas, alterando también esos ecosistemas.
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La minería tampoco escapa a la crisis climática. Las operaciones suelen requerir mucha energía, en su mayoría proveniente de combustibles fósiles. A esto se suma la tala de árboles, lo que reduce la capacidad del planeta para absorber CO₂. Así, la fiebre del oro también deja su huella en el calentamiento global.
¿Y la salud?
Ciertamente no todo queda en el ambiente. Las personas que viven cerca de las minas muchas veces sufren en silencio los efectos colaterales.
El mercurio y el cianuro no solo contaminan el agua, también pueden provocar daños severos en la salud, afectando al sistema nervioso y respiratorio.
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Y, como si fuera poco, la llegada de la minería puede provocar desplazamientos forzados, pérdida de medios de vida tradicionales y conflictos sociales, mientras las ganancias suelen concentrarse lejos de allí.
En definitiva, el oro tiene un brillo seductor, pero su extracción puede dejar una sombra muy larga. Por eso, es urgente pensar en formas responsables de extraerlo —si es que realmente es necesario—. Regulaciones estrictas, tecnologías limpias y una mirada que ponga a las comunidades y al ambiente en el centro son el único camino posible.