El día en que el mundo aprendió a hablar a distancia
En la mañana del 24 de mayo de 1844, algo insólito ocurrió en Estados Unidos: un breve mensaje cruzó el aire sin necesidad de caballos, barcos ni mensajeros. Desde el Capitolio, en Washington D.C., hasta una estación en Baltimore, un hilo de cobre transmitió las palabras “What hath God wrought” —Qué ha forjado Dios—. Aquel instante marcó el nacimiento de las telecomunicaciones modernas. Y el artífice fue Samuel Morse.

Aunque hoy su nombre está ligado al famoso código de puntos y rayas, en realidad, Morse comenzó su carrera como pintor. Fue durante un viaje en barco, tras recibir con días de retraso la noticia de la muerte de su esposa, que comprendió la urgencia de una comunicación más rápida.
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A partir de allí, la idea del telégrafo eléctrico lo obsesionó. Junto a Alfred Vail, desarrolló no solo el aparato, sino también el lenguaje necesario para hacerlo funcionar: el Código Morse.

Hasta entonces, la comunicación a larga distancia dependía de medios físicos: cartas transportadas a caballo, en tren o barco, que podían tardar días, incluso semanas.
El telégrafo cambió las reglas del juego: por primera vez, era posible enviar información casi al instante. Para el mundo comercial, político y científico, esto fue una revolución.
Aquel primer mensaje, cargado de una solemnidad casi bíblica, no fue elegido al azar. Era una declaración de asombro frente a lo que parecía un milagro tecnológico.
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Pero también era el punto de partida de una transformación profunda: en apenas unas décadas, las redes telegráficas se extendieron por todo el mundo, acortando distancias y acelerando el ritmo de la historia.
El legado de Morse
Samuel Morse no solo inventó una máquina; inauguró una era. Su legado no se limita al telégrafo. Sentó las bases de todo lo que vendría después: el teléfono, la radio, la televisión, internet. En cada uno de esos saltos, resuena aquel impulso eléctrico que, hace más de 180 años, trazó una línea invisible entre dos ciudades y cambió para siempre nuestra forma de comunicarnos.
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Cada 24 de mayo, esa fecha silenciosa en el calendario tecnológico, vale la pena recordar que hubo un tiempo en el que hablar a distancia era un “milagro”. Y que gracias a la curiosidad de un artista convertido en inventor, ese milagro se volvió rutina.