Un aniversario redondo de tres dígitos es razón siempre valedera para revisitar un legado en el campo de la historia comprometida con la cultura ancestral y los valores fundacionales de la patria. Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone acaba de cerrar cien años de su nacimiento el 8 de junio, acontecimiento más que propicio para pasar revista a su valiosa obra.
La dictadura militar de Alfredo Stroessner se basó en mentiras siempre. Mentiras eran sus elecciones, su reforma agraria y su anticomunismo. Al rememorar en Brasilia la agresión cubana y el eterno Estado de sitio, el dictador emérito contradijo a la británica Isabel Hilton, “Cuba nunca fue problema, estaba muy lejos”. En este relato de la vida real, un joven médico enfrentó a uno de los muchos prepotentes comisarios que aterrorizaban a campesinos agricultores para mejor apalancar el sistema de dominación.
Uno de los episodios detectivescos lingüísticos más intrigantes de la posguerra inmediata del Chaco tuvo implicancias políticas tan significativas que llevaron al cambio de sistema gubernativo, de la democracia al fascismo en 1936. Se trataba de la aborrecida recepción por jefes y oficiales combatientes del Sobre Azul, conteniendo la orden de desmovilización y pase inmediato a retiro del Ejército, con la consiguiente pérdida de relevancia política y financiera.
Casi medio siglo después del derrocamiento de Juan Domingo Perón en septiembre de 1955, los marinos paraguayos que lo rescataron en los buques Paraguay y Humaitá conversaron con el periodista Hugo Ruiz Olazar. La serie de artículos que recogió sus testimonios ha sido compilada en un libro, presentado esta semana en el Hotel Excelsior.
El mayor competidor de Richard Nixon en las presidenciales en 1969 era el gobernador de Nueva York, Nelson A. Rockefeller. Maquiavélico, Nixon decidió que, para desacreditar a su adversario, en lugar de un Watergate, bastaría con enviarlo a una gira por Latinoamérica, en la seguridad de que obreros, estudiantes y socialistas le harían el trabajo sucio. La consecuencia se sintió en Caacupé.
Marinos con algo que contar. Lo callaron por medio siglo porque no le dieron relevancia. Sobrevivientes de un soporífero viaje al puerto de Buenos Aires para reparaciones de la cañonera ARP 1, “Paraguay”, en septiembre de 1955, solo esperaban de recompensa unos días en la capital platina, siempre acogedora. Ni bien llegaron, estalló la Revolución Libertadora, con vuelos rasantes, disparos a mansalva y corridas desesperadas. Hugo Ruiz Olazar, el entrevistador, descubrió un tesoro escondido. Y lo hizo libro: Atrapen a Perón. Los detalles son exhilarantes.
El traspaso de autoridad presidencial es una de las actividades más emblemáticas de la democracia. Señala el cierre de una administración y el inicio pacífico de otra. Todos deben honrar a la Constitución y estar presentes, aunque no haya mucho afecto entre mandatario entrante y saliente. Y es costumbre de alta política despedir con respeto a quien se retira, aunque haya agotado su capital político. Eso no se hace solo por buenos modales, sino en honor al pueblo votante que alguna vez lo eligió como líder.
Al lograrse la aquiescencia boliviana para el armisticio de 1935, Eusebio Ayala debía dar el acuerdo definitivo. Y lo hizo por teléfono al canciller Luis A. Riart, en la Casa Rosada. Las autoridades argentinas buscaban la primicia en una escucha clandestina. No fue posible, Ayala dio sus órdenes en guaraní, inalcanzable a porteños y neutrales. Hoy se cumplen 85 años de la firma del tratado secreto del 9 de julio de 1938 que a su vez marcó la génesis de la hegemonía hemisférica yanqui.
Del caos político, administrativo, educacional, social y cultural generado por las demenciales ambiciones del coronel Albino Jara en el centenario de la independencia apenas queda una rémora y esta solo nos martiriza cada cinco años.
Todo lo que se hacía en política paraguaya era para la exportación, desde siempre. Faltó apenas declararnos República, sigilosamente, por Reglamento de Gobierno de 1813, para tener monarcas absolutos. Con el doctor Francia y los dos López, no había instancias de apelación. Hasta el emperador Carlos V las tenía en el Papa.