Colombia, sin saber el riesgo que corre, avanza hacia un despeñadero. La población no lo percibe, solo respira inquietud y zozobra. Parece absurdo este sombrío estado de ánimo cuando el presidente Duque ha estudiado detenidamente nuestros problemas y ha logrado articular un cuidadoso programa de gobierno buscando superar las polarizaciones de nuestro mundo político. Con tal intención, convocó en la Casa de Nariño a todos los partidos, incluso a la FARC, para buscar una integración en torno a los problemas del país. El gabinete nombrado por él no corresponde a las tradicionales cuotas políticas. Lo componen hombres y mujeres de las mejores calidades, ajenos a la maquinaria de los partidos.
Abran los ojos, les diría yo a los colombianos que dócilmente y engañados por un espejismo han avalado el acuerdo de paz. Abran los ojos y miren dos realidades que tal vez han pasado por alto. La primera es el gran precio que hemos tenido que pagar por dicho acuerdo. La segunda es el uso de la cuestionable palabra paz que el mundo ha tomado por cierta, mientras cada día las noticias nos abruman con paros, muertos, atentados y otros horrores.
¿Dónde y cuándo empezaron los males que hoy nos aquejan? Con perdón de economistas, politólogos e historiadores, yo diría que quien mejor podría explicarlo es un psiquiatra. Solo este profesional puede mostrar cómo los extravíos de un ego, encandilado por un afán de alta figuración, llevaron a Juan Manuel Santos, una vez elegido, a darle la espalda al expresidente Uribe y a su política de seguridad democrática que tan buenos resultados estaba dando.
Lo dije ya y lo repito ahora: el desconcierto domina hoy la vida de los colombianos. Lo percibo cada día cuando cruzo palabras, bien con amigos que encuentro en el vestíbulo de un cine o cuando escucho los comentarios de porteros, vendedores ambulantes o empleadas del servicio doméstico. ¿Qué nos espera? ¿para dónde va el país? ¿en quién confiar? son las preguntas, cargadas de incertidumbre, que yo también me hago.
Fue grande el engaño. Enterados de que se estaba trabajando duramente en La Habana para hacer los ajustes solicitados por los expresidentes Uribe y Pastrana, personajes como Alejandro Ordóñez, Marta Lucía Ramírez, Jaime Castro, comunidades cristianas y asociaciones de víctimas llegamos a pensar que la derrota del Sí había obrado en Santos un saludable efecto. No era ya el arrogante mandatario que pretendía convertir el plebiscito en una división entre amigos de la paz y de la guerra; el mismo que había ordenado un multimillonario gasto en propaganda oficial y comprometido a todos los funcionarios de su gobierno y a gobernadores y alcaldes del país a hacer campaña por el Sí pasando por encima de la ley.
No lo digo yo, lo dice el escritor británico George Orwell: “El lenguaje político está diseñado para que las mentiras suenen verdaderas”. Sí, es algo que nos concierne, algo que está relacionado con el copioso acuerdo de paz que está a punto de firmarse. Si uno lo examina con cuidado encuentra otra profética afirmación de Orwell: “Los peores crímenes pueden ser defendidos simplemente cambiando las palabras con las cuales se les describe para hacerlos digeribles e incluso atractivos”.