El presidente Santiago Peña dijo al menos una verdad en su reciente informe de gestión y lo hizo antes de comenzar a leerlo: que los hurreros y los beneficiados por este gobierno lo aplaudirían, los opositores lo criticarían y la prensa diría al día siguiente que pintó un país de maravillas.
Desde antes de la caída de la dictadura stronista, la dirigencia del Partido Colorado viene haciendo la misma jugada: Dos bandos internos se enfrentan gua’u (supuestamente), se acusan de todo y, una vez que ganan las elecciones, se reparten espacios de poder, dando también algunas migajas a representantes de la oposición.
El presidente del Senado, Basilio “Bachi” Núñez, ha adelantado que los legisladores de su partido no acatarán una decisión de la Corte Suprema de Justicia –en el caso de la expulsada senadora Kattya González– que contradiga lo que ellos han decidido el año pasado, por más que esa decisión sea declarada inconstitucional.
Hay diversos motivos por los que uno quisiera ser Presidente de la República. Puede que sea para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos, o instaurar un modelo de organización política beneficiosa para la mayoría. Y puede que alguien quiera ser presidente para asegurarse económicamente y, de paso, viajar por el mundo.
Fue a fines de febrero de 2004 cuando el jefe del área Política de ABC Color de entonces, Edwin Brítez, me propuso hacer una columna semanal en el diario sobre las cuestiones parlamentarias, dado que era el periodista acreditado ante la Cámara de Senadores.