Celebramos el Domingo de Ramos, cuando Jesús entra en Jerusalén en un humilde burrito; sin embargo, lo hace con la gloria que le toca como verdadero Redentor-Mesías.
El texto evangélico habla de la mujer atrapada en adulterio y los fariseos aprovechan para poner una trampa a Jesús, afirmando que, de acuerdo con su tradición, ella tenía que ser apedreada.
El Evangelio nos propone un texto conocido como: “La parábola del hijo pródigo”, que, sin embargo, es más adecuado denominar como: “Parábola del Padre misericordioso”.
El Evangelio de hoy es conocido como el de la Transfiguración de Jesús, cuando Él invita a tres apóstoles y va con ellos al monte Tabor para orar. Por ende, muestra la necesidad de la oración comunitaria y familiar, o sea: querer rezar con los otros.
Para una convivencia fraterna todo grupo humano debe tener reglas, pues es frecuente que unos quieran explotar a otros, sea por la fuerza física, fuerza económica o poderío militar.
La gente se agolpaba alrededor de Jesús para escuchar su predicación, pues él anunciaba la Buena Nueva, y Dios sabe cuánto la humanidad la necesita. Buena Nueva que la Iglesia sigue anunciando fielmente como su principal misión.
Hoy celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el templo, y Lucas afirma: “Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor”.
Es importante que el ser humano tenga metas en la vida, que se defina un objetivo válido y se empeñe en ponerlo en práctica, pues de otra manera, corre el riesgo de andar distraído, negligente, y terminar “más perdido que locote en clericó...”.