Poco antes de que el interventor Carlos Pereira presentara su informe al Ministerio del Interior, Oscar Rodríguez renunció a su cargo de intendente municipal luego del irresistible apriete de su propio partido. Nenecho se había transformado en una carga para todos. Él se va, pero el sistema mafioso que destruye Asunción, desde hace tiempo, queda intacto.
Es curiosa la relación de nuestro gobierno con Estados Unidos. De Donald Trump pensaron: un “amigo en la Casa Blanca”. No parece serlo tanto. El miércoles 13 un furibundo informe del Departamento de Estados criticó acciones del poder en el Paraguay. El jueves ese mismo Departamento firmó con la cancillería paraguaya un extravagante acuerdo que no sabemos en qué cuernos nos convendría.
En su intervención durante el tratamiento del caso sobrinos de Noelia Cabrera, el senador Ignacio Iramain, una luz en las tinieblas parlamentarias, rogó “que nuestra estupidez no sea infinita”. Basó su proposición en dos escritores, uno de ellos, Pino Aprile, especie de Helio Vera italiano. La defensa de la senadora pillada en flagrancia, sin embargo, nos expuso crudamente que la estupidez está muy cómoda en varios curules.
Con el resabio caliente de los exhibicionistas correlí esteños, mboriahukuemi devenidos en potentados koygua mediante la “política”, el jueves 31 de julio evocamos el nacimiento de dos colorados cuya memoria parece no estar ya en la agenda partidaria: Waldino Ramón Lovera e Ignacio A. Pane. Ejemplos de decencia, honestidad y sabiduría.
Tomamos el término “mafia” en la tercera acepción del diccionario de la Academia: “Grupo organizado que trata de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos”. Cetrapam es eso: una organización que extorsiona al Gobierno y somete a la ciudadanía a una angustia inhumana. La reforma del transporte metropolitano debe hacerse sin los mafiosos. Si no, no será reforma.
“Si no logras desarrollar toda tu inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político”. Esta sentencia es de Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), escritor británico de lapidaria ironía. Lo recuerdo cuando escucho hablar a insignes políticos que en la medida en que se enriquecen materialmente, se empobrecen moralmente.
Extasiada en su defensa al presidente Peña, doña Virina Villanueva, diputada cartista por el departamento de San Pedro, en un des-sol-ado castellano proclamó: “No se puede tapar el dedo con el sol”. En el Paraguay hay cosas que no se pueden tapar ni si se les tira todo el sol encima. Ni todos los dedos. Por ejemplo, los robos monstruosos.
Quizá alguien le dijo a Santiago Peña antes de su mensaje al Congreso: “vos entrá a cancherear; sobrales a todos, ridiculizá a la prensa, sopapeá a los opositores; hacé sentir tu potencia de Top Gun vernáculo”. Esto trató. Y, de entrada, predispuso en contra a muchos de quienes tuvieron la pía paciencia de escucharle. Por entre su narcisismo asomó también cierta pichadura.
María Eugenia Garay retoma en esta obra –Exorcismo al olvido: relatos fantásticos de amor y guerra– un tema que ella mantuvo vivo a través de varios libros anteriores: la memoria de su estirpe a través de la historia de nuestro país, cruzando tiempos y circunstancias.
Santiago Peña, en su informe a Horacio Cartes, aseguró un “futuro prometedor de más años de coloradismo en el poder”. Es decir, el pueblo seguirá sufriendo un “sistema” de salud con niños muertos por desnutrición; una educación surtidora de semianalfabetos; soportando el asalto incesante a las arcas públicas con impunidad “legalizada” para los ladrones. Es lo que hay con el “coloradismo eterno con Stroessner”, que persiste y persistirá, por lo visto.