El cartismo tiene abundante músculo y escaso cerebro estratégico. Es una aplanadora. Con la billetera o con el garrote. Su mayoría parlamentaria quintuplicó su arrogancia por lo fácil que le resulta imponer su voluntad. Pero cuando perdés los límites de tu poder, te vas de mambo con los abusos y te estrellás solito.
La política es el oficio de mentir en forma sistemática y constante. Y de acallar una mentira con otra que mantenga viva la promesa que jamás se cumplirá, porque es vana, irreal. La política ya no es la búsqueda del bien común, sino la común búsqueda del bien particular. De los políticos. Ejemplo de esto: aquel plan electoral llamado Plata en tu Bolsillo.
De manera recurrente el Paraguay nos presenta dos caras opuestas. El país de gente que nos avergüenza, por un lado, y el de gente admirable, por el otro. Y cuando estamos abrumados por ese primer país, aparece el otro y emerge el gozo de tener compatriotas a quienes celebrar. Como Berta Rojas, por ejemplo.
Me sorprendió gratamente que mi artículo del domingo 19 originara un agudo y didáctico foro en el que varias personas opinaron de la pobreza del pensamiento derivada de las limitaciones en el lenguaje y su consecuencia: la baja calidad de nuestra democracia.
Al señor Santiago se lo nota solo. Aunque está rodeado de gente. Recibe cascotazos surtidos y nadie sale a rodearlo de escudos. Hablo de defensas institucionales. Hasta su abogado creó más incertidumbres y no lo rescató del laberinto de conjeturas en que está inmerso. Entonces, recurre al autoelogio. No le queda opción.
El curvilíneo senador de linaje ario, mimoso osito de peluche del Quincho pese a su etiqueta de liberal, pegó un manotazo multimillonariamente eléctrico a la Ande. Y seguramente quedará impune, pues sus “servicios” senatoriales para HC valen mucho. Bastante más que los miserables 20 mil dólares por voto que reclama Chaqueñito. Sus trabajos sucios son “invalorables”.
Los medios rebosan del término “escándalo”. Hay escándalos por donde se mire en el revuelto circo del poder. El escándalo nuestro de cada día está siempre ahí. Es una grácil rutina que se genera tan escandalosamente que ya a nadie escandaliza. Un escándalo que en otros países mueve un gobierno, aquí solo mueve dedos en la mecanografiada dimensión de las redes sociales.
La farándula alude al mundo del espectáculo. El Diccionario, en la cuarta acepción de dicha palabra, incluye “farsa” como su sinónimo. Farsa apunta a lo grotesco. Y pienso en nuestra política, que más allá de lo dramático, ronda lo farsesco, lo caricaturesco. La semana pasada el país se regodeó con sainetes protagonizados por intérpretes estrafalarios.
