De nuevo, el fútbol nos une con la alegría que sabe distribuir por igual entre ricos y pobres, a derecha o izquierda, en nobles y villanos. Las últimas actuaciones y victorias de la selección paraguaya contribuyeron para desatar euforias añoradas y amenguar la bronca ciudadana ante tantas aberraciones políticas. Hoy los políticos, para sentir algún aliento popular, se prenden al encanto albirrojo y al de su entrenador.
El XVII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), que incluye a la RAE, me dio la oportunidad de conocer Quito, a la que en 1978 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad. A su imponente belleza natural, la capital ecuatoriana suma la portentosa intervención humana que le dio una identidad cultural celosamente preservada a lo largo de los siglos. Su centro histórico es conmovedoramente hermoso. Al verlo, recordé su contracara asuncena derrumbándose inexorablemente, efecto de la desidia, la ignorancia y la corrupción.
No hay necesidad de aclarar que existen excepciones. Se sabe. En el Paraguay, el político es un ser inmejorablemente inútil a los fines de servir a la ciudadanía. Pero convengamos que saca enorme provecho de su inutilidad. Por lo demás, político es aquel que roba sin que se le pueda probar el robo. Y no se le puede probar el robo porque es político. La política lo blinda. Esto es lo que se puede dar en llamar la lógica del chipá argolla. Redondita la cosa.
Cuánto lo extrañamos, migeneralestrone, hoy, en su fecha feliz y en este tiempo en que los malos paraguayos y estos periodistas vendepatria, mercenarios de la pluma, legionarios de alma negra, atacan al partido sin piedad, insultan a sus prohombres y a sus promujeres y no nos dejan delinq… trabajar (digo bien) por la patria. Inspírenos, migeneral, para cerrar, como lo hizo usted, el pasquín de la calle Yegros.
Furibundo, don Santiago Peña fustigó a un cronista de ABC por haberle hecho éste una pregunta que se hacen tantos ciudadanos: si no había conflicto de intereses en la compra por parte de IPS de bonos de un banco con el cual don Santiago tiene vínculos. Ahí se despeñó Peña con su enojo llameante. Y me hizo acordar de aquello que repetía Jesús, Jesús Ruiz Nestosa, legendario periodista: “El que se picha, pierde”.
En este rocoso páramo en que se enseñorea la corrupción de los poderosos, en que prevalece la mediocridad de quienes debieran conducir la nación, en que el gobierno clama por una prensa que calle las atrocidades, hoy elijo hablar —sin atisbo alguno de egolatría— de algo que me tocó vivir el jueves 17: la noche que fue un oasis de generosidad y bondad. Atributos que aún perviven en el Paraguay, pese a la banalidad y el latrocinio de los de arriba.
El 13 de octubre del 2016 fallecía Dario Fo, célebre dramaturgo italiano Premio Nobel de Literatura 1997 y cultor de la sátira política. Una frase suya me quedó en la memoria: El humor es una forma de rebelión ante el absurdo de la vida. Hoy vivimos el absurdo de un régimen con “mayoría absoluta” que no gobierna, sino demuele lo que queda de institucionalidad buscando calmar la ira de su jefe, ávido de venganza contra quienes le critican.
Según el Diccionario, “cenáculo” significa “Sala en que Jesucristo celebró la última cena” y también “Reunión poco numerosa de personas (…) generalmente de escritores y artistas”. La bien guardadita ONG de don Gustavo Leite, llamada pomposamente Asociación Civil Comunidad Cenáculo del Paraguay, creo que tiene poca relación con estas acepciones. A lo sumo, habrá ahí artistas en el arte de cazar fondos.
La ausencia de una oposición cohesionada es un drama en nuestra política. En el Congreso existen unos pocos opositores, mujeres y hombres, que resisten a dentelladas al cartismo, convertido en una horda de estrafalarios personajes que responden en exclusividad a los caprichos y odios del Quincho. Por ahora, esas individualidades opositoras no se proyectan en conjunto como alternativa de gobierno.
Chiquitín Maluff, uno de los pillos más queribles que conocí, promotor de artistas y el único productor discográfico que se pirateaba a sí mismo, tenía una mesa en un bar de la calle Alberdi adonde acudía la Corte de los Milagros que él cobijaba. La llamaba El Deliródromo. Allí imperaba su pensamiento original: “En este país todo es bola”. Esa sentencia de Chiquitín tiene una vigencia robusta e imbatible.