Cuando un perro sostiene la mirada de su tutor, no solo intercambian atención: sus cuerpos entran en un bucle bioquímico que refuerza el vínculo. La hormona protagonista es la oxitocina, asociada con el apego, la confianza y la reducción del estrés.

En los últimos años, la neurociencia ha comenzado a desentrañar por qué un gesto tan cotidiano tiene un efecto tan profundo en humanos y canes.
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Un “bucle de oxitocina” entre especies
En 2015, un equipo liderado por Miho Nagasawa en la Universidad de Azabu, Japón, publicó en la revista Science evidencia de un circuito de retroalimentación: cuando perros y humanos se miran mutuamente durante la interacción social, aumentan sus niveles de oxitocina. Ese incremento, a su vez, prolonga la mirada y las conductas afiliativas, consolidando un “bucle positivo” similar al observado entre madres y bebés humanos.

El hallazgo se apoyó en mediciones de oxitocina en orina antes y después de sesiones de juego y contacto visual. Los perros que sostuvieron la mirada durante más tiempo mostraron mayor incremento de la hormona, y sus tutores también.
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Cuando a los perros se les administró oxitocina intranasal, buscaron más la mirada humana, reforzando la hipótesis de un mecanismo bidireccional.
Qué hace la oxitocina en el cerebro
La oxitocina es un neuropéptido producido en el hipotálamo y liberado tanto al torrente sanguíneo como en regiones cerebrales implicadas en la emoción y la recompensa.
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En humanos, modula la actividad de la amígdala (centro del procesamiento de la amenaza) y facilita la sociabilidad al disminuir la reactividad al estrés. También interactúa con el sistema dopaminérgico en circuitos de recompensa, favoreciendo que asociemos determinadas interacciones con placer y seguridad.

En perros, estudios de neuroimagen y endocrinología conductual apuntan a funciones homólogas: la oxitocina aumenta la preferencia por señales sociales humanas —voz, olor, mirada— y puede mejorar la variabilidad de la frecuencia cardiaca, un marcador de regulación emocional.
El gesto de mirarse alivia el eje hipotálamo-hipófiso-adrenal, con descensos medibles en cortisol en contextos de interacción positiva.
La mirada como “tecnología social” canina
¿Por qué la mirada, y no otra señal, activaría con tanta fuerza este sistema? La hipótesis dominante remite a la domesticación. A lo largo de al menos 15.000 años, los perros han sido seleccionados —consciente o inconscientemente— por su sensibilidad a las claves sociales humanas.

Rasgos como el contacto visual sostenido, la lectura de gestos y la búsqueda de ayuda han sido ventajosos para convivir con nuestra especie.
Algunos trabajos han vinculado esa “hipersociabilidad” con variaciones genéticas en regiones relacionadas con el síndrome de Williams-Beuren en humanos, un trastorno caracterizado por un perfil altamente sociable.

Un estudio de 2017 (von Holdt y colegas, PNAS) describió alteraciones estructurales en perros que podrían favorecer la motivación para interactuar con humanos. La mirada, en este marco, opera como una llave que abre los circuitos de afilicación compartidos.
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No es magia: contexto, aprendizaje y límites
El efecto no es automático ni universal. El contacto visual directo puede percibirse como amenaza en perros que están ansiosos, mal socializados o en situaciones de conflicto.
La calidad del vínculo, el historial de refuerzos y el contexto determinan si una mirada prolongada activa la oxitocina o dispara alerta. En cachorros y perros de refugio, por ejemplo, los incrementos hormonales y las respuestas conductuales suelen ser más modestos hasta que se establecen relaciones de confianza.
La oxitocina tampoco es una “pócima de la empatía”: sus efectos dependen de la situación y del individuo. En algunos casos puede intensificar la atención a señales sociales negativas o fortalecer la cohesión intragrupal más que la prosocialidad indiscriminada.
La investigación también advierte que la administración exógena (intranasal) tiene efectos variables y no reemplaza la interacción cotidiana.
Terapia, bienestar y el día a día
Más allá del laboratorio, el bucle oxitocinérgico ayuda a explicar por qué la interacción con perros se asocia con beneficios para la salud humana, como reducción del estrés percibido y mejora del estado de ánimo.
Programas de terapia asistida con animales reportan descensos de ansiedad en hospitales y escuelas, y mayor disposición al contacto social en contextos clínicos. En los perros, la práctica regular de interacciones positivas —juego, caricias, miradas suaves— se vincula con respuestas fisiológicas compatibles con bienestar.
Para los tutores, una guía simple se desprende de la ciencia: buscar la mirada de manera suave, parpadear, acompañar con tono de voz amable y respetar las señales del perro. Si aparta la vista, bosteza o se lame el hocico, puede estar pidiendo espacio. La oxitocina florece donde hay previsibilidad y seguridad.
Lo que aún falta por entender
Quedan preguntas abiertas. ¿Cómo interactúan la oxitocina y otros neuromoduladores, como la vasopresina, en la díada humano-perro? ¿Qué papel juegan factores como la raza, la edad o experiencias tempranas? ¿Hasta qué punto el entrenamiento y los estilos de manejo modulan la sensibilidad del “bucle de la mirada”?
Mientras la investigación afina estas respuestas, la intuición cotidiana recibe respaldo científico: cuando un perro nos mira a los ojos, no solo nos reconoce. Está activando un lenguaje biológico compartido que convierte la convivencia en vínculo. Y, molécula a molécula, también nos devuelve la mirada.
